Los nervios invaden el rostro de Luis (nombre protegido) cuando recuerda la primera vez que su hermano mayor lo agredió sexualmente. El primer episodio se dio hace 18 años. Fue cuando su madre no estaba en la casa, ubicada en el centro de Guayaquil, ya que trabajaba todo el día. Ella era el único sustento porque el padre había abandonado este hogar cinco años antes.

Aquella tarde, Luis, para entonces con nueve años, recuerda que tomó una ducha al llegar de la escuela. Cuando salió del baño su hermano mayor, de catorce años, estaba desnudo en la cama que compartían y lo invitó a acostarse junto a él. “Pasó todo rápido, me dijo que eso hacían los hombres, pero que nadie podía saberlo y entonces acepté”, sostiene mientras deja ver sus manos sudorosas.

Desde ese momento comenzaron dos años seguidos de abuso sexual permanente, casi a diario, en aquella habitación que compartían como hermanos. “A los once años (de edad) me di cuenta que eso no era normal, aunque me daba miedo decirle a mi mamá lo que pasaba, no quería ser culpable de la división de mi familia. Entonces decidí confrontar a mi hermano y decirle que ya no quería más, que me dejara tranquilo y lo amenacé con decirle no solo a mamá sino a toda la familia”, expresa Luis.

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Luego del reclamo, las violaciones pararon y Luis prefirió, desde entonces, no hablar del tema, aunque reconoce que le trajo conflictos emocionales en su pubertad: “A los quince años comencé a cuestionarme si era homosexual, si me gustaban los hombres. Tenía a un amigo que estimaba mucho y llegué a pensar que estaba enamorado de él, pero luego llegó una chica que me encantó, tuve relaciones sexuales con ella y desde ahí me decidí por el gusto a las mujeres”.

El joven, que actualmente tiene 27 años, asegura que no ha recibido tratamiento psicológico de ningún tipo y no lo cree necesario. “Mi mejor amiga, la única que sabe lo que me pasó, me dijo que hay cosas que se dejan en el fondo del mar y que es preferible no recordar y eso hago. Decidí bloquear esos recuerdos en mi cabeza aunque no puedo negar que a veces regresan, pero cuando pasa trato de distraerme con otra cosa. No necesito un psicólogo”, indica.

El hecho ha quedado envuelto en una especie de catarsis para impedir, según Luis, que su vida profesional y personal se vea afectada por ese episodio. “Terminé mis estudios superiores, trabajo en una importante empresa nacional varios años, salgo con chicas de forma normal y trato de ayudar en lo que pueda a mi familia, incluso a mi hermano”, dice.

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La relación con su agresor la cataloga como “normal y fluida”, pero le preocupa que la historia se repita con sus dos sobrinos: “Me escribo o hablo con él varios días a la semana, trato de aconsejarlo cuando me cuenta sus problemas familiares o emocionales. Él tiene un hijo de siete años, yo adoro a ese pequeño, pero no voy a negar que tengo miedo de que a mi sobrino le pase algo. Confío en que mi cuñada lo cuide bien como hasta ahora lo hace. Creo que, después de tanto tiempo, puedo decir que no tengo rencor a mi hermano”.

Tampoco cree necesario una disculpa y reitera que el acto no le ha dejado una herida emocional: “Habrá temas que se puedan preguntar, pero, la verdad, no quiero saber las respuestas”.(I).

Solo trato de no pensar en lo que sucedió. Tampoco busco hallar culpables... eso lo guardé en lo profundo de mi mente y debe quedarse allí”. Luis, Víctima de abuso sexual