“Eres mi héroe por estar siempre a mi lado”. Así empieza la carta que Jairo, de 8 años, prevé entregarle hoy a su papá, Jairo Acuña, para alegrarlo en el Día del Padre. Espera sorprenderlo, porque piensa que ya lo despistó el viernes al darle las tarjetas que le hizo en la escuela. Habla de su plan con una sonrisa tierna, mientras se mece en un columpio del parque Forestal, a pocos metros de su padre.

“Siempre está junto a mí, me ayuda en las tareas, juega conmigo fútbol y el otro día me enseñó trucos para tapar. Es mi héroe”, afirma el niño, que viste uniforme escolar porque recién salió de clases. Es viernes 16.

Jairo papá no se siente un héroe. “Es compartir día a día, estar pendiente y darle ejemplo de valores, como honradez, respeto, solidaridad, pero no con palabras, sino con hechos. así ellos aprenden”, expresa el abogado que hace seis meses cerró su negocio y subsiste con sus ahorros y el aporte de su esposa. Busca nuevo empleo, pero “hasta que salga algo” disfruta al máximo de su hijo, sostiene.

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Jairo dejó de ser el proveedor económico de su hogar, por el momento no cumple el rol de llevar el pan a su familia y estar en esa situación supone una de las mayores preocupaciones de los papás guayaquileños. Y aunque hoy cientos de mujeres trabajan y comparten gastos, el 72,8% de los hombres son jefes de hogar y el 27,2% son las mujeres, según la Encuesta de Empleo, Desempleo y Subempleo del INEC, 2015.

Hay quienes lo son con un sueldo fijo, otros con sus negocios y hay también quienes se la rebuscan informalmente para sostener sus hogares. Ese es el caso de Alejandro Benítez, de 42 años, quien vende helados artesanales en los exteriores del colegio 28 de Mayo y luego recorre a pie el sector de Mapasingue para vivir él y para cubrir los gastos de su último hijo, Steven, de 15 años. Los dos mayores, de 19 y 22, ya formaron sus hogares.

Y aunque está separado de su pareja, él ve a diario a sus hijos y pasa con el menor los fines de semana que puede. Hay días como estos que tiene que trabajar para ganar algo más para su consentido, que está en segundo de bachillerato. Como padre espera que él se gradúe de bachiller y siga la universidad.

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Es que la educación es la mejor herencia que les dejará, coincide Vicente Ávila, de 38 años. Es la herramienta que ellos tendrán para superarse y construir su futuro, refiere el padre de Marelyn y Jean Paul, de 14 y 12 años, quienes tomados de las manos caminaban por el Malecón del Salado.

Él, mecánico de equipos agrícolas, trabaja bajo contratos eventuales, lo que le resulta favorable para proveer y estar atento a sus adolescentes. “Prefiero trabajar así para estar pendientes en todo momento de ellos. Los voy a dejar y los recojo en el colegio, conversamos mucho, les aconsejo que tengan cuidado, que no acepten nada de nadie, ni siquiera de sus compañeros”, sostiene el hombre preocupado ante la problemática de las drogas.

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“Necesitan mayor control y disciplina, pero siempre con comunicación y amor”, añade. Marelyn agrega: “Sí, es bravo, pero también amoroso, juguetón y chévere, nos gusta pasear juntos”.

Aurelio Constante, de 73 años, se muestra satisfecho de su rol de padre. Trabajó durante 40 años para sostener a su esposa y seis hijos y les dio lo que estima más importante: educación, valores y amor. Es contador de empresas y docente de colegios, pero destaca que pudo participar activamente en la crianza de sus hijos.

“Yo ayudaba en todo, los limpiaba, los cuidaba, los llevaba al colegio en mi descanso de almuerzo, y siempre estuve pendiente de ellos, les di ejemplo con mi comportamiento, jamás tuve ningún vicio”, dice el guayaquileño que ahora disfruta cada domingo de la visita de sus hijos, 18 nietos y 3 bisnietos. Cada domingo es como una matiné, dice riendo el adulto mayor que hoy, como todos los ‘reyes del hogar’, serán agasajados por sus familias. (I)