Saliendo de las clases en el colegio Vicente Rocafuerte, Francisco Collantes junto con su hermano Eduardo, colaboraban en el montaje de las mesas de billar y futbolines que su padre Ernesto fabricaba en el centro de Guayaquil.

Era un oficio que su progenitor había aprendido en su natal Ambato, en años en que los futbolines eran el deleite de los niños de pequeños poblados y barrios de las ciudades.

Los Collantes intentan mantener vivo, en medio de un mundo tecnológico, ese oficio de hacer juegos de madera y que en su familia se ha mantenido por unos 58 años.

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Ernesto llegó a Guayaquil cuando tenía 21 años para confeccionar mesas de billar por pedido de un comerciante de la Bahía. Y no pensaba que ese viaje marcaría una estadía larga en Guayaquil, donde se radicó y comenzó su negocio.

Francisco y Eduardo recuerdan que su padre amaba este oficio, al cual se dedicó hasta el año pasado cuando le sobrevino la muerte. En memoria de él han decidido seguir su legado, aunque la demanda de mesas de juegos ha disminuido en los últimos veinte años, señalan.

Los Collantes afirman que actualmente sus pedidos de futbolines y mesas de billar provienen de diversos rincones del país.

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La clientela se concentra en pedidos de familias, clubes y complejos recreacionales. Dos décadas atrás la demanda mayor era de bares. “Anteriormente había más salas públicas ahora ya no”, indica Francisco, de 50 años, quien señala que todo el trabajo que realizan lleva la marca de Collantes.

Con el paso de los años el trabajo que antes se hacía a mano, lijando las maderas, se ha ido puliendo. Ahora con las medidas, moldes y más se trabaja en máquina.

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Actualmente con tres colaboradores y su hermano Eduardo, Francisco elabora una mesa de billar en el transcurso de una semana, un trabajo que antes se extendía por un mes. Un futbolín hoy puede estar listo en cuatro días.

La producción al mes es de unas seis mesas de billar, señala Francisco.

Los costos han bajado para ser más competitivos, refiere. Por ejemplo, la mesa de billar pasó de $ 1.500 a $ 1.000. Y los futbolines se expenden desde los $ 400.

Además de las tradicionales maderas como amarillo, cedro y roble, laboran sus productos con madera reciclada de viviendas demolidas por el terremoto, entre esas como bálsamo y caoba.

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“Son maderas con doscientos años, son secas y fuertes”. comenta Francisco.

Cada mesa se lleva desde su taller, en Noguchi y Brasil, hasta la casa del cliente. “Seiscientas libras pesa la mesa (de billar) se lleva desmontada y se la entrega nivelada, ese es el éxito”, dice el artesano.

Como la venta de futbolines y billares ya no es como antes, ellos han diversificado sus trabajos con pasamanos, muebles, escaleras y puertas.

“Es algo que está innato, desde que tengo uso de razón hago esto, a veces digo ya voy a cerrar el negocio, veo la maquinaria y toda la vida en esto me va a dar pena dejar”, señala sobre su amor a este oficio de armar juegos de madera. (I)

400
Desde ese monto se cotiza una mesa de futbolín