El presidente Donald Trump despegó ayer de EE.UU. para iniciar su primer viaje al extranjero, dejando atrás un torbellino en el país. Antagónico y quejándose, Trump no pudo resolver en la víspera cuestiones de las investigaciones sobre su campaña y sus primeros cuatro meses en la Casa Blanca.

El presidente partió tras haber negado fervientemente que su campaña colaboró con Rusia o que él trató de frenar una pesquisa del FBI sobre el asunto.

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A una pregunta directa de si él había hecho algo que mereciese enjuiciamiento o incluso un juicio político, Trump dijo no, y entonces añadió: “Pienso que es totalmente ridículo. Todo el mundo lo cree”.

Sin embargo, eso no es así.

Mientras Trump tuiteaba y expresaba su indignación, el subsecretario de Justicia, Rod Rosenstein, que nombró a un fiscal especial para encabezar una investigación federal independiente sobre los lazos entre Trump y Rusia, se reunió privadamente con senadores. De acuerdo con varios de ellos, él contradijo las declaraciones de Trump de que una crítica escrita de Rosenstein sobre el entonces director del FBI James Comey había sido un factor en el despido de este por el presidente. Rosenstein también preveía ir al Capitolio para otra sesión a puertas cerradas, esta vez con la Cámara de Representantes.

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Este primer viaje extraordinariamente largo de Trump –cinco países en ocho días, una variedad de entrevistas bilaterales, desde el rey saudita Salmán hasta el papa, pasando por el nuevo mandatario francés, Emmanuel Macron– promete ser un ejercicio difícil para el presidente de EE.UU.

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La avalancha de revelaciones que precedió a su partida lo puso en una posición delicada en su país y revivió también las dudas sobre su capacidad para desempeñar la función presidencial en presencia de sus homólogos. “El hecho es que nadie sabe cómo se comportará Donald Trump o qué dirá en reuniones en las que nunca ha estado”, resume Stephen Sestanovich, del Consejo de Relaciones Exteriores. (I)