El papa Francisco tendrá que hacer malabares diplomáticos y religiosos en su visita a Egipto este fin de semana, donde espera consolar a la comunidad cristiana tras una serie de ataques islamistas al tiempo que mejora las relaciones con los líderes musulmanes locales.

La seguridad se ha reforzado y en el barrio acomodado donde se aloja Francisco hoy por la noche se ordenó el cierre de las tiendas y la policía hacía comprobaciones casa por casa. La única misa pública se celebrará en un estadio militar.

Francisco no está especialmente preocupado y no utilizará un vehículo blindado como hicieron sus predecesores en viajes al extranjero, indicó el portavoz del Vaticano, Greg Burke. Francisco insistió en seguir adelante con el viaje, incluso después de dos ataques gemelos contra una iglesia el pasado Domingo de Ramos, en los que murieron 45 personas, y del posterior ataque al conocido monasterio de Santa Catalina en el Sinaí.

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“Estamos en el mundo de la ‘nueva normalidad’”, dijo Burke. “Pero seguimos adelante con serenidad”.

La pieza central del viaje de dos días será la visita de hoy a Al Azhar, la venerada sede de aprendizaje del islam suní, con 1.000 años de historia. Allí se reunirá en privado con el gran imán jeque Ahmed el Tayeb y participará en una conferencia internacional de paz.

Francisco ha insistido en que el diálogo entre cristianos y musulmanes es la única manera de superar el extremismo islámico que ha inspirado ataques a cristianos y llevado a muchos miembros de esta minoría a abandonar comunidades establecidas hace 2.000 años en Irak, Siria y otros lugares de Oriente Medio. Aunque el pontífice condenó los ataques extremistas contra cristianos, dijo viajar a Egipto como un mensajero de paz en un momento en el que el mundo está “desgarrado por la violencia ciega”.

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Sin embargo, este mensaje de diálogo y tolerancia ha sido rechazado como ingenuo por algunos de sus colegas jesuitas, para los que el islam sigue siendo “una religión de la espada” que no se ha modernizado. Incluso algunos cristianos egipcios de a pie ven su visita como un gesto bonito, pero que no cambiará su realidad. (I)