Évelin Dayanna Bone Valencia tiene 12 años. Hace un año, la tarde del domingo 17 de abril de 2016, una foto suya empezó a dar la vuelta al mundo como un símbolo de vida en medio del desastre que padecían Pedernales y toda la provincia de Manabí, luego del devastador terremoto de magnitud 7,8 en la escala de Richter, suscitado a las 18:58 del 16 de abril.

La menuda niña de piel oscura era extraída por los rescatistas desde los escombros del edificio de cuatro pisos donde funcionaba el hotel Chimborazo, en medio de aplausos y vivas, pues los rescatadores habían tenido el ritual amargo y constante de extraer cadáveres que se iban acumulando en el estadio cantonal. Rescatar a Évelin era un aliciente. Por estar cerca del epicentro, Pedernales quedó en gran parte arrasada. Aquí fallecieron 186 personas de las 671 que dejó el terremoto en el país.

Évelin se salvó y, luego de permanecer en el hospital de Santo Domingo, volvió a su hogar a los 17 días. Volvió a su realidad de pobreza, a compartir una casa de madera con nueve hermanos y su madre en el sector La Huecada, a cinco cuadras del centro de Pedernales.

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Un año después, la realidad de Évelin sigue igual. Reside en esa misma vivienda vetusta, con la única diferencia de que está tapada con una carpa azul donada, para evitar las goteras. Su madre, Jenny Valencia, de 42 años, dice con resignación que, pese a su dura situación económica y a que su hija fue una sobreviviente del terremoto, no ha recibido ninguna ayuda, especialmente para la recuperación completa de la movilidad de la menor.

Hasta meses después del desastre, Évelin usaba un apoyador para movilizarse. Hoy camina sola, pero tiene dificultades. “En el centro de salud dijeron que no tenía nada, que ya estaba bien, pero algo le pasa que ella anda de lado y se cansa rápido y se queda como paralizada”, dice Jenny, quien mantiene a sus hijos, huérfanos de padre.

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El sueño de acceder a una casa, de las que reciben algunos afectados por el terremoto, se diluyó para Jenny Valencia y su hija, quien es parte de un grupo de nueve sobrevivientes que un mes después del desastre fueron tomados como ejemplos de vida y supervivencia en un reportaje de este Diario. Hoy, tan solo cuatro de ellos han logrado algún tipo de atención estatal, no con viviendas ni bonos, sino con trabajo o también con atención médica.

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Mariana Baque, de 64 años, es una sobreviviente como Évelin. Estuvo atrapada en el piso bajo de un hotel de cinco pisos en el que murieron ocho compañeros de una iglesia evangélica en el balneario de Canoa, cantón San Vicente. Cinco de ellos eran sus familiares: su esposo, dos hijos, un yerno y una nieta de 3 años. “La niña me gritaba, me llamaba y me decía: ‘Mamita, sácame de aquí’. Y yo, sin poder hacer nada, sin poder moverme, aplastada”, es el tormento que no olvida.

Su milagroso rescate, al mediodía del domingo 17, fue obra de habitantes de la parroquia, que también ayudaron a los rescatistas en la extracción de los 34 muertos que, inicialmente dejó el terremoto en Canoa.

“Me dijeron en el Miduvi que para ayudarme con una casa debo botar mi vivienda de madera y bloque. Les dije no, si han de ayudarme, que pongan en el espacio vacío, y hasta ahora nada”, dice la mujer, que prepara comida para vender.

Pablo Córdova, rescatado del destruido hotel El Gato, en Portoviejo, a los dos días, y los esposos Vanessa Baque y Segundo Pin Quimís, que estuvieron atrapados dos días en el centro comercial Felipe Navarrete, de Manta, estuvieron al borde de la muerte y para sobrevivir bebieron su propia orina. Pablo logró emplearse en el sistema ECU-911 de su ciudad, mientras que los esposos recibieron atención médica estatal. (I)

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671
Personas fallecidas dejó el terremoto del 16 de abril.

Apuntes
Sobrevivientes

Jama
Ondina Rojas, quien estuvo atrapada un día bajo una casa de dos pisos en Jama y fue extraída con vida junto con su hija de 8 años, trabaja para el Gobierno y en la celebración de los diez años de la Revolución Ciudadana, en enero pasado, intervino como sobreviviente y agradeció a Rafael Correa por la ayuda.

Sucre
José Rivas, José Ordóñez y Andrea Cercado, que también volvieron a vivir bajo los escombros, no buscaron atención estatal. Ordóñez pide repetidamente apoyo para el Cuerpo de Bomberos de Sucre, del que es su comandante.