Las 6 y 58 de la tarde. Hora registrada cuando los relojes se paralizaban, se había ido la luz. El Ecuador fue azotado por la naturaleza, un terremoto de 7,8 en la escala de Richter había acabado con la vida de centenares de hermanos, siendo el 16 de abril de 2016. En Manabí y Esmeraldas estaban los ojos del mundo.

La esperanza en el Creador era exclamada en esos 48 segundos que vivimos este acontecimiento tan atroz; personas salían de las iglesias, otras entraban a encontrar la fe y a buscar el perdón. Todos corrían, lloraban, no sabíamos qué hacer, el dolor se hizo dueño de nuestro ser; la incertidumbre corroía la vida, cómo saber de nuestros familiares que se encontraban lejos de casa. Los perros aullaban, las vacas descansaron su peso en el suelo, el mar se mostró impasible ante el dolor desgarrante de la tragedia. Empezó a juntarse el temor, la muerte y la desolación.

Muchas familias eran separadas por la parca, habían partido a la otra vida y los lugares donde habitaron estaban destruidos. Bastó tal movimiento telúrico para acabar con casi todo lo que se había logrado en tantos años de entrega, sacrificio y amor. Ya no era visto en los canales de televisión, era vivido en carne propia, cómo mi país estaba devastado; así apenas se pudo escuchar la radio, la patria estuvo unida, millones de ecuatorianos juntos sin rencores, salieron de sus hogares para venir a ayudarnos. El país volvía a temblar, pero esa vez de sentimiento, del pálpito de corazones de hermanos en dar la mano al prójimo.

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Se desplomaron los pueblos y el esfuerzo y los anhelos. Los edificios dejaron de ser parte del paisaje y las familias se despedían de quien se les iba (muerto). La tragedia nos pasó factura, se nos fueron amigos, vecinos, hijos, hermanos, padres, familias... Algunos, gracias a Dios, sobrevivimos. Pasando los días fueron llegando uno a uno los servicios, los rescatistas, las ayudas. Pasaron los meses y se veían nuevos amaneceres porque nos volvimos a parar solos, con la garra manaba que nos caracteriza. Un año lo cumplimos ayer, un año que logramos convivir con nuestras aliadas, la tristeza y la esperanza.

A pocos días del suceso pensé, invicta ciudad, ya no eres la misma Portoviejo, el concreto y el hierro forman parte hoy de tus paisajes. El aire polvoriento y las calles aglomeradas por cientos de personas ven tus escombros regados en tus aceras, hoy formas parte de la historia trágica que no olvidaremos. No olvidamos el terremoto y tampoco la certeza de que vendrán mejores días para la capital de Manabí y sus hermanos cantones; y también para Esmeraldas.(O)

Anthony Alexander Espinoza Velásquez,
Portoviejo, Manabí