Cierra sus ojos e imagina a su esposa e hijos, felices, jugando en un prado. Él los ve a lo lejos y se acerca; ellos corren hacia él y se reencuentran. Javier Pincay hace suya esta escena, tomada en esencia de la parte final de la película épica Gladiador (2000), cuando al morir el protagonista vuelve a ver a su familia. Piensa en que así podría ser el cielo.

Hace trece años, el concejal de Portoviejo perdió a su hijo, Jordan (7) por un tumor en el cerebro. Y cuando creía que se había recuperado, el terremoto del 16 de abril de 2016 le quitó a su esposa, Victoria, con quien compartió 20 años de matrimonio, y a su hija, Juleidi (11).

Ese día, su esposa y su nena habían ido a una matiné en el centro de Portoviejo con otros seis parientes. Él y su hijo Jeremy (13) estaban en casa cuando la tierra empezó a temblar.

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No podían estar en pie. Esperaron a que pare el movimiento para salir. El panorama era devastador en su natal Playa Prieta, de la parroquia Río Chico, de Portoviejo, Manabí. La iglesia, viviendas y escuelas colapsaron. La gente corría pidiendo ayuda para las hermanas (de la congregación Siervas del Hogar de la Madre); y otros pedían acudir a los cerros.

Estaban a oscuras y no había comunicaciones. Se dedicó a evacuar a la comunidad a montañas cercanas. Eran las 20:00 y la búsqueda por su esposa e hija recién empezaría. Pasó por caminos irregulares y en medio del caos de la gente para llegar una hora después a la fiesta infantil, pero su familia no estaba. Diez minutos antes del terremoto su familia se había ido.

Angustiado, siguió la ruta que siempre hacían a casa. Buscaba el carro entre los escombros. Gritaba sus nombres con la esperanza de que emitan algún sonido. Fue a los hospitales y a la morgue, pero no constaban en lista. Las horas transcurrían y no podía hacer más. A la medianoche volvió al cerro, desconsolado.

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Ya en su casa dio refugio a familias que lo perdieron todo y al amanecer volvió a la búsqueda, ahora con apoyo de maquinaria. Fue calle por calle hasta que encontró el vehículo. “A mi esposa le cogió el semáforo en rojo y el alto edificio de las oficinas del IESS le cayó encima”, narra y respira hondo. Los ocho ocupantes del carro (cuatro adultos y cuatro niños), todos familiares, murieron.

En Portoviejo fallecieron 133 personas, la mayoría en la zona cero. Ahí, en 32 manzanas, 213 edificaciones colapsaron y otros 324 resultaron afectados, terminando así con el corazón comercial de esta ciudad de casi 300 mil habitantes. Hoy, un año después, el panorama ha cambiado y el dinamismo económico se restablece de a poco en los alrededores. El dolor es el que persiste en los deudos.

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Pincay está aprendiendo a convivir con ello. “A veces se gana y otras se aprende, pero nunca se pierde. Estoy aprendiendo a ser fuerte, a saber que en algún lado están, como en la película, y en algún momento volveremos a estar juntos”.

Desconoce cuánto tiempo le tomará recuperarse. Pero lo hará, asegura, por su hijo Jeremy. Él le da fuerzas, dice.

Pero mira hacia adelante, siendo solidario con los demás. Lo hace al coordinar ayuda con organismos internacionales, como la fundación Caemba, que entregó casas en su comuna y prepara otra entrega en los próximos días.

A esto suma la entrega diaria de donaciones de alimentos y toldos, que personas solidarias le entregan y que él las distribuye en la zona rural, ahora afectada por las anegaciones. Así vive, un día a la vez. (I)

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