Toni Ruttimann especial para El Universo

Estoy sentado en la loma del monasterio budista de Thein Hpa y a la distancia puedo ver la pagoda de Shwe Gyi Nar, de la ciudad de Bhamó, en el norte de Myanmar, a unos 50 km de la frontera con China.

Mirando hacia el oeste veo el Ayeyarwaddy, el río más grande del país. A través de los árboles resplandece el puente azul de 74 m que acabamos de completar. En Myanmar es el número 107 de 760 en Asia y América Latina, que sirven a unas 2 millones de personas.

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Las pasadas tres noches mi colega birmano Aiklian y yo nos hospedamos aquí. Su monje principal ha sido la fuerza guía de los pobladores para la construcción del puente. Siempre es necesario que una persona se ponga al frente para organizarlos. En este caso, significó conseguir un camión para llevar el kit del puente a lo largo de los 1.100 kilómetros desde nuestro patio de soldadura en Yangón hasta Bhamó, luego transferirlo a varios botes hasta Thein Hpa y concluir el transporte a puro hombro. Antes, en el lugar del puente se preparó todo lo demás a fin de estar listos para el trabajo de cimentaciones.

Puentes ininterrumpidos
La última vez que pasamos por esta zona de Bhamó fue en el 2013, cuando vinimos a reconstruir unos puentes hechos en el 2010. Entre 2011-2012 en el estado Kachín hubo luchas entre las fuerzas rebeldes del Ejército de Independencia Kachín y las gubernamentales, con desplazamiento de 100.000 civiles.

Docenas de puentes por todo el estado fueron destruidos con explosivos. En Maimu, los pobladores rogaron a los hombres armados para que no lo hagan, asegurando que no era del Gobierno. Los hombres armados se fueron pero volvieron a medianoche, colocaron dinamita en los cables y lo destruyeron.

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Allí sucedió algo impresionante: en la mañana el monje jefe en Maimu reunió a los pobladores para rescatar su puente. Antes de ser monje había trabajado en las minas, con toda la vida dura y habilidades útiles que eso trae. Se fue donde su hermano, aún minero, quien le prestó una bomba de agua con motor chino y mangueras de 4 pulgadas, los campesinos construían una balsa de bambú.

Colocaron el equipo sobre la balsa, junto con una bomba manual para inflar llantas de bicicleta. Con sogas mantenían la balsa en la posición adecuada sobre el río. Entonces el monje tomó la manguera y se tiró al agua para liberar planchas que estaban enterradas en el fondo del río, mientras un hombre le daba aire usando la bomba de bicicleta y una manguera.

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Los campesinos de Maimu, y luego también de Wetngin, pudieron desarmar las piezas del puente y rescatarlos.

Nosotros sabemos lo duro y delicado que es ensamblar estos elementos de hasta 120 kilos arriba, en el aire. En un día logramos ensamblar 50 marcos de piso y planchas para un puente de 100 metros, con la ayuda de 100 campesinos y procedimientos bien probados. Cuando le pregunté al monje cuántos elementos lograron desarmar en un día dijo: “En un buen día uno, quizás dos”.

Así que para rescatar sus puentes de 68 metros invirtieron más de un mes por puente. Mujeres, niños y los de edad mayor limpiaron y lijaron planchas y marcos, los volvieron a pintar, enrollaron los cables y guardaron todos estos elementos hasta que los enfrentamientos parasen y los puenteros pudiesen volver, lo cual ocurrió dos años más tarde.

En el 2013, llegado a Bhamó, las autoridades rehusaron dejarme entrar al área, temiendo que algo le pudiera pasar al extranjero en los momentos en que los rebeldes y el gobierno discutían acuerdos de paz en Myitkyina, la capital del estado. Ese día, en la Alcaldía de Bhamó, ha sido la primera y única vez que he visto a un monje llorar. Estaba muy decepcionado.

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Decidimos que Aiklian construyera los dos puentes él solo con los pobladores, por primera vez. Nos llevó unos días preparar un cuidadoso procedimiento... Aun así, él tuvo que hacer varios viajes en moto hasta algún punto con recepción celular para llamarme. Pese a todo, esta gente reconstruyó sus dos puentes de Maimu y Wetngin. Algunos los llaman los puentes ininterrumpidos.

Cuando es muy tarde
Por circunstancias o por error propio, a veces es demasiado tarde. El año pasado construimos el puente de Zay Di Pyin, a solo 40 kilómetros de Buthidaung y Maungdaw, dos ciudades en la frontera con Bangladesh y la zona principal de los enfrentamientos.

Cuando estábamos en el montaje final, llegó en motocicleta una delegación de campesinos con su líder, U Nay Tun.

Venían desde Yan Aung Pyin a pedir un puente de 120 metros, que ayudaría a los muchos estudiantes que llegan al colegio desde toda la zona.

Ese mismo día, de Suiza, recibí la noticia de que mi hermana Claudia había fallecido. Su muerte ha sido un shock para la familia, porque nadie logra explicarse cómo esta mujer aparentemente feliz, con buen esposo y hermosa hija de 18 años, pudo terminar su vida tirándose en la oscuridad de la madrugada sobre la línea del tren.

Fue U Nay Tun quien se ofreció a acompañarme en bote, carro y motocicleta de regreso a Sittwe, mientras Aiklian terminaba el puente de Zay Di Pyin. En el apuro, ya no pasamos a ver su pueblo. De Sittwe tomé el vuelo a Yangon, de allí uno a Bangkok y a Zurich. Llegué a tiempo para ver caer lágrimas y flores en el cementerio.

Cuando a los pocos días volví, nos fuimos al noroeste de Myanmar a seguir la serie de ocho puentes en curso, y encima le dimos prioridad a uno en Min Hla, cerca de Kalemyo, hacia la frontera con la India.

Allí el puente de carretera se destruyó por una gran creciente, y los líderes de varios pueblos estaban desesperados porque se quedarían aislados en los meses del monzón.

Después de esto, Aiklian llamó a U Nay Tun para saber si todavía estaban interesados en construir su puente. “Señor, hace media hora el bote con 17 estudiantes de colegio se hundió. En este momento estamos haciendo el rescate”.

Fallecieron cuatro señoritas, porque no sabían nadar. Y porque nosotros dimos prioridad a Min Hla. No quiero ni imaginar lo que significa su pérdida.

Finalmente, en noviembre del 2016, terminamos el puente. Para hacerlo, fue necesario un inmenso esfuerzo por parte de la comunidad...

Es así como la pérdida de mi familia y la de las cuatro familias de las señoritas ahogadas se conectan. Trágicamente me ha tocado ver de cerca que algunos llegan al punto de quitarse su propia vida, mientras que a otros se les es quitada por accidente en un río. Y unos cuantos kilómetros más allá, que unos se la quitan a otros porque no ven otro camino. Todo esto pasó en escala personal y local, pero hay países donde acciones decididas por unos pocos causan sufrimiento a millones, como en Irak y Siria. (I)

Los puentes hechos en Ecuador, con la colaboración de Walter Yánez, son 301. Toni el Suizo vino al Ecuador después del terremoto de 1987 y empezó así su carrera de “puentero”.