Cuando alguien conocido entra a trabajar en el sector público, en general parientes y amistades se alegran. Muchos piensan que tendrán alguna palanca en caso de necesitar algún servicio. Imaginan que ganarán muy bien. En tanto que los beneficiados con el puesto, dado que entran por contrato y no por nombramiento, viven supeditados a los vaivenes políticos de turno, a las cuotas de la que ellos mismos muchas veces son parte. Aunque entren por merecimientos saben que lo más probable es que los cambien cuando cambien las autoridades. La incertidumbre a cada fin de contrato genera angustia y desazón.

Por eso hay un voto cautivo de muchos empleados y familiares que dependen de ese salario para subsistir. Con el Estado pulpo que tenemos eso supone cientos de miles de personas que no votan por lo que quieren, sino por el salario que los ata. No tiene que ver con ideologías, sino con comida, vestido, colegio, salud y mantenerse calladitos para no levantar olas.

A su vez muchos de los que están más arriba en la cadena de mandos tratan de asegurarse techo, casa, vehículo y jubilaciones jugosas a la sombra de los puestos que tienen, que con buena suerte durarán cuatro años. Una comisión aquí, una comisión allá, unos miles aquí, unos miles allá. Cientos o millones para algunos. Una vez que se empieza es difícil parar, quien roba en lo poco roba en lo mucho, la conciencia se atrofia. Y además el común de la ciudadanía lo acepta. “Todos roban, lo que importa es que haga algo de obra”.

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Un contratista, que brinda servicios auspiciado por el Municipio, decía: La gente cuando se les da algo gratis más exige. No es gratis, acoté, usted está pagado por los impuestos de la ciudadanía, ellos son sus empleadores. Si no vienen a los servicios que usted ofrece, usted se queda sin trabajo.

También hay funcionarios públicos que tienen clara su misión, consideran que es un privilegio servir a sus conciudadanos y hacer juntos una sociedad mejor. Se esmeran por dar lo mejor de sí y con orgullo proclaman lo que hacen. No son burócratas, son servidores.

Imagino que ese es el motivo profundo por el que se mueven los candidatos, que sueñan, quieren un país mejor para todos. Visualizan la sociedad a la que aspiran y en función de ello hacen planes, propuestas y actúan.

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Cuando un gobierno con diez años en el poder, que ha tenido tiempo y dinero más que suficiente para hacer gran parte de los cambios que anunciaba, moviliza a sus empleados como hormigas invasoras por los barrios y hace promesas en una competencia de quién da más, quiere decir varias cosas. Uno: no cree en sus obras ni en la ciudadanía. Necesita “comprar” el voto de cualquier manera. Con promesas o con miedos. Y además trata a sus empleados como modernos esclavos, pues los obliga a un trabajo forzado incluyendo sábados y domingos, renunciando previamente a sus vacaciones. Si ocurre algún accidente, no están cubiertos porque en principio no están “trabajando”. Según la OIT: “Trabajo forzoso u obligatorio es todo trabajo o servicio exigido a un individuo bajo la amenaza de una pena cualquiera, en este caso el despido, y para el cual dicho individuo no se ha ofrecido voluntariamente. Entre las prácticas de trabajo forzoso de la parte de gobiernos se señalan ciertas formas de participación obligatoria en obras públicas y la imposición de trabajo forzoso por motivos ideológicos o políticos”. ¿Estamos frente a una propuesta de equidad y respeto de derechos? (O)