Tras realizarse unos exámenes en el extinto Dispensario Dermatológico Dr. Domingo Paredes de Guayaquil, Cristina (nombre protegido) se enteró de que padecía la enfermedad de Hansen, también conocida como lepra, en el 2006.

Al principio temía contagiar a su familia. “Cada vez que me bañaba, echaba cloro. Y en el bus, si me tropezaba con alguien trataba de no tocar a esa persona, porque no quería que se contagiara”, sostuvo.

Para ese tiempo, la mujer de 63 años laboraba como empleada doméstica en la vivienda de una doctora, que al enterarse del estado de salud de Cristina le indicó que no se preocupara y le aconsejó no mencionar nada a los demás integrantes de la familia.

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“Ella me dijo que me tranquilizara, porque sabía que a sus allegados no les iba a pasar nada”, dijo Cristina, quien vive junto con su hija y su nieto en el sector del Cristo del Consuelo.

Esta patología es causada por el microbio Mycobacterium leprae, que afecta la piel, los nervios periféricos, la mucosa respiratoria y los ojos.

Marilyn Yagual, especialista en dermatología que trabaja en el Hospital de Infectología Dr. José Rodríguez Maridueña, ubicado en el centro de la urbe porteña, enfatizó que es una enfermedad infecciosa, pero de muy baja contagiosidad.

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Explicó que para que el portador de la bacteria contamine a una persona, esta debe tener una predisposición genética. Otra de las posibilidades de transmisión es cuando un ciudadano que tiene defensas bajas tiene constante contacto con un paciente con Hansen que no recibe el tratamiento.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 138 países la prevalencia registrada mundial de la lepra a finales de 2015 fue de 176.176 casos, pero ese mismo año se documentaron aproximadamente 211.973 nuevos pacientes.

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Con el avance de la medicina, gracias a la poliquimioterapia para Hansen esta enfermedad es curable. Y si el tratamiento se realiza a tiempo, se evitan las amputaciones.

El tratamiento médico oportuno que recibió Cristina, el cual duró cuatro años, evitó que esta dolencia afectara su cuerpo, sin embargo, eso no ocurre en todos los casos.

Wilmer Medina no tuvo la misma suerte que Cristina para evitar que la enfermedad dejara secuelas mayores.

A los 20 años le aparecieron ampollas en la piel, pero los médicos a los que acudía en su natal Santa Lucía, provincia del Guayas, solo le recetaban calmantes.

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Posteriormente se enteró de que era portador de la bacteria cuando galenos guayaquileños visitaron su localidad y le revelaron el diagnóstico.

Aconsejado por los especialistas, Medina, de 48 años, quien ya había perdido parte de los dedos de manos y pies a causa de la afección, se trasladó a Guayaquil para tratar de seguir un tratamiento que impidiera que su salud se deteriorara.

Así comenzó a recibir la ayuda médica necesaria en la Fundación Padre Damián, en el sur de Guayaquil, donde actualmente labora. Esta entidad, con la Junta de Beneficencia, alista una actividad que ayudará con cirugías a quienes han perdido la sensibilidad en las manos.

A pesar de las secuelas en sus extremidades continúa con su vida de forma normal, está casado y tiene dos hijas.

Él trabaja desde hace ocho años en el área de mantenimiento de la fundación, por lo cual se siente muy agradecido con la institución por brindarle la oportunidad.

Los galenos aconsejan que al detectarse el mal, las personas busquen un tratamiento para evitar que la enfermedad pueda afectar las extremidades. (I)

Atención
Misión

Ayuda
La religiosa Ana Credidio, presidenta de la institución Padre Damián, indicó que en junio próximo, a través de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, llegarán cuatro médicos estadounidenses para atender casos.

Extranjeros
Los extranjeros realizarán cirugías en el hospital Luis Vernaza para restaurar la sensibilidad de las manos y los pies a quienes han sido curados de la enfermedad. La Fundación Padre Damián trabaja con personas de escasos recursos económicos y voluntarios ayudan.
 

30
Personas

Aproximadamente atiende la Fundación Padre Damián, la mayoría de pocos recursos económicos.