¿Cómo conmemorar la revolución bolchevique de 1917 en un entorno hostil? Rusia opta por celebrar con discreción el centenario de uno de los grandes terremotos políticos del siglo XX.

Entre febrero y octubre de 1917, Rusia vivió una serie de jornadas revolucionarias que desembocaron en la caída del zar Nicolás II y la llegada al poder de los bolcheviques dirigidos por Lenin, preludio del nacimiento de la Unión Soviética en 1922.

Pero un siglo después, la herencia de octubre, faro del movimiento obrero y de la revolución mundial, no es nada simple para una Rusia que no ha roto con su pasado soviético.

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¿Hay que honrar a Nicolás II, al que solo veneran los más fervientes ortodoxos? ¿O rendir tributo a Lenin, figura central de la revolución que yace todavía en su mausoleo a los pies del Kremlin? ¿Cómo reconciliar la revolución "burguesa" de febrero y la "gran revolución socialista" de octubre?

El presidente Vladimir Putin creó en diciembre un comité organizador de los actos conmemorativos de la revolución de 1917. Su composición refleja la prudencia y la voluntad de apaciguamiento del Kremlin. Incluye figuras independientes y críticos del poder, ministros y responsables de la Iglesia ortodoxa, pero ni un solo miembro del Partido Comunista actual o de los partidos monárquicos.

Las más de 500 manifestaciones, conferencias, mesas redondas, exposiciones o festivales de cine pondrán en relieve los acontecimientos "contradictorios" de 1917, según el copresidente del comité, el historiador Anatoli Torkunov.

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Vladimir Putin fijó posteriormente el credo: "Es nuestra historia y hay que respetarla".

"Las lecciones de historia sirven ante todo para la reconciliación y el fortalecimiento de la armonía política, social y civil", agregó el jefe de Estado, llamando a dejar atrás "las divisiones, la cólera y las ofensas" del pasado.

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'Locomotora de la historia'

Si el presidente se ha expresado abundantemente sobre el legado soviético y ha llegado a decir que "quien no lamente la caída de la URSS no tiene corazón y el que desee su restauración carece de razón", es menos elocuente en lo que se refiere a los acontecimientos de 1917, el papel de Nicolás II y la figura de Lenin.

Putin continuó el movimiento lanzado en los años 1990 por el presidente Boris Yeltsin (1991-1999) para la rehabilitación de los Romanov.

El inquilino del Kremlin se sitúa de facto en la continuidad histórica de los emperadores rusos, denigrados por las autoridades soviéticas, y de los secretarios generales del Partido Comunista.

Para el periodista e historiador Nikolai Svanidze, miembro del comité organizador de los actos conmemorativos, lo más importante es lo que el imperio zarista y su sucesor soviético tenían en común: "el Estado primaba sobre el individuo".

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Durante la era soviética, la Revolución de Octubre era evidentemente la única que se celebraba y cada 7 de noviembre (25 de octubre según el calendario juliano vigente en aquel entonces) se organizaba un inmenso desfile militar en la Plaza Roja.

Como en la época soviética, hoy la revolución de febrero está en un lejano segundo plano. Pero la relación con octubre ha cambiado desde finales de los años 1980 con la perestroika y la apertura de archivos que dieron un punto de vista diferente sobre la guerra civil y la llegada al poder de los bolcheviques.

En los manuales de historia la revolución ya no es la "locomotora de la Historia". Para algunos, ya no es ni siquiera más que un "golpe de Estado", una "tragedia nacional".

Contrarrevolución

El discurso de investidura de Putin en mayo de 2000 ya ilustró este cambio de paradigma. Por aquel entonces el nuevo jefe de Estado se felicitó del primer cambio de dirección al frente del país "sin golpe de Estado, sin revolución".

Este espíritu contrarrevolucionarios sigue impregnando su visión política y geopolítica. Vio con malos ojos las revoluciones que llevaron al poder a gobiernos prooccidentales en Georgia y Ucrania en 2004.

Pero fue sobre todo con la Primavera Árabe en Egipto y Túnez, y con el principio de la guerra en Siria cuando el Kremlin intensificó su discurso de desconfianza ante cualquier cambio de régimen.

En Rusia, las legislativas de 2011 y la reelección de Putin en 2012 para un tercer mandato presidencial estuvieron marcadas por manifestaciones inéditas por su tamaño contra el Kremlin. Y al acercarse las elecciones de 2018, a las que nadie duda que Putin se volverá a presentar, el gobierno trata también de evitar cualquier escenario revolucionario.

"El centenario de la revolución debe permitir al Kremlin inmunizar a los rusos contra cualquier revuelta", concluye el director del centro Levada, el sociólogo Lev Gudkov. (I)