Los resultados de la elección presidencial en Ecuador (primera vuelta) llevan a pensar en la inconveniencia y en el peligro del sistema electoral, que necesita ser reformado inmediatamente. Veamos por qué:

Es evidente que se han producido muchos errores en el manejo del material electoral. Pero aun si aceptamos que eso es algo normal y que siempre sucede, lo cierto es que implica ya un grado de imprecisión, de dudas y reclamos. En una república, el pueblo le encarga el honor de gobernar sus destinos a una persona. Esa persona es primera entre iguales; no hay majestades. No podemos aceptar que en una república existe la majestad del poder. Debemos, sí, respetar de verdad a los gobernantes por su condición de seres humanos, que es lo que de veras importa. Si el ungido ha de gobernar por decisión popular, lo lógico es que haya obtenido al menos el 50% más un voto. Porque en democracia la mayoría resuelve a quién se elige.

Lamentablemente en el Ecuador tenemos una norma legal que va contra la democracia al permitir que un ciudadano que obtiene el 40% de los votos sea declarado presidente de la República si aventaja al siguiente candidato con el 10% de los sufragios. Esta norma no resiste el menor análisis lógico ni jurídico, si hemos de hablar de democracia. Reflexionemos: ¿por qué el 40 y no el 39%? ¿Por qué el 10% de diferencia y no el 8 o el 12? No existe una respuesta lógica ni matemáticamente precisa como se requiere, para fun damento de una ley que instituye algo tan importante para la democracia. Pero esta va mucho más allá, pues se da la barbaridad de que para establecer el porcentaje de votos, se ha resuelto inconstitucionalmente que solo se cuentan los que son por algún candidato. Entonces la persona que no está de acuerdo con ninguno y lo expresa anulando su voto, pasa a no ser nadie, su decisión no es tenida en cuenta. El suyo no es parte del porcentaje de sufragios válidos, pues el Estado lo discrimina y lo anula políticamente. De ese modo, al modificarse sin motivo lógico el denominador de la fracción, bien puede resultar que algún candidato que cuenta con la votación real de apenas el 30 o 32% del electorado, gane las elecciones y gobierne al ciento por ciento de los habitantes. ¿Qué representación verdadera tendría?

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La experiencia de lo ocurrido con las últimas elecciones debe servir de alerta para reformar la ley, porque para cualquier candidato que ganase en esas condiciones, como estuvo a medio punto de suceder, la conducción del país le sería mucho más difícil que si hubiese ganado con al menos el 50% más uno, como debe ser en democracia.(O)

Jorge Wright Ycaza,
Doctor en Jurisprudencia, Guayaquil