Cuando hablo de polvo no me refiero a huesos regados en un ataúd, tampoco aludo a la descomposición de los cuerpos, el tufo basta para espantarme, razones sobran para poner el féretro en un nicho debidamente sellado, luego hay que amordazar la imaginación. Los egipcios optaron por la momificación con resultados poco estéticos. Visité el museo de Guanajuato, salí despavorido después de enfrentarme con las múltiples muecas o contorsiones de las momias allí presentes. Leo en Génesis 3/19: “Quía pulvis es et in pulverem reverteris” (Porque polvo eres y volverás a ser polvo), no hablan de huesos, esqueletos o calaveras, la palabra polvo toma en el diccionario secreto de Camilo José Cela un cariz abiertamente erótico seguido del diminutivo polvito, pero el significado primero según el diccionario es “parte muy menuda y deshecha de la tierra que fácilmente se levanta en el aire”. En realidad el resultado de una cremación no es polvo, sino arena blanca. En dos o tres horas el cuerpo metido en un horno a 980 grados se convierte en huesos pulverizados, lo demás se esfuma. Se acaba la cremación, los restos se enfrían en una mesa, luego se trituran en una máquina similar a una licuadora de cocina, se guardan en una bolsa de plástico, se entregan a los familiares. El peso de las cenizas puede oscilar entre 2 y 3 kilos, 100 a 200 gramos si se trata de un bebé. Si les espanta leerme hasta aquí será porque cultivan un santo terror u horror a la muerte cuando más bien debemos considerarla como parte de un ciclo inevitable.

Toco el tema porque el papa Francisco prohibió la cremación de los cadáveres. Dice el documento: “En el caso de que el difunto hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana, se le han de negar las exequias, de acuerdo con la norma del derecho”. No entiendo la razón, pues si se trata de la eventual resurrección me pregunto lo que habrá pasado con las 160.000 víctimas pulverizadas por una bomba atómica en Hiroshima. La temperatura alcanzada en el lugar de la explosión fue de más de 15 millones de grados, tan calientes como el núcleo del Sol por unas fracciones de segundo. Cuando los nazis quemaron vivos en la iglesia de Oradour sur Glane a 445 mujeres y 206 niños (el menor tenía ocho días de haber nacido), solo quedaron cenizas, cuerpos carbonizados. No hablaremos de los millones de incendios a través de la historia, de los aviones derribados o accidentados.

Los hindúes por tradición creman los cadáveres. Por diversas razones, y de manera especial por las dificultades económicas, los venezolanos están adoptando la cremación como una dolorosa cultura que les permite enfrentar, entre otros, los altos costos de las parcelas en los cementerios. Según las estadísticas, un promedio mensual de 70 ciudadanos de este país es conducido a los hornos 24 horas después de su deceso. Hace veinte años firmé el contrato de mi propia cremación, tengo alergia a los gusanos.

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(O)