Rusia se instaló a partir del verano del 2016 en el centro del debate político estadounidense, su influencia en la elección presidencial es investigada y sus vínculos con un colaborador cercano del presidente han provocado el primer escándalo de la administración de Donald Trump, en el que se mezclan espionaje y geopolítica.

Lo que comenzó por la difusión de mensajes pirateados de altos dirigentes del Partido Demócrata en julio del 2016 se transformó con el paso de los meses en un asunto de Estado, con la caída el pasado lunes del asesor en seguridad nacional de Trump, Michael Flynn, y una pregunta lacerante: ¿llegaron el 45º presidente de Estados Unidos o su entorno a un pacto táctico con Vladimir Putin durante la campaña electoral a cambio de una rehabilitación internacional de Moscú?

Michael Flynn, exdirector de inteligencia militar, descartado por Obama y luego reclutado por Trump, está acusado de haber aludido en diciembre al levantamiento de las sanciones contra Rusia, por la anexión de Crimea, en una conversación telefónica con el embajador ruso en Washington, Serguei Kislyak. También habría intentado sabotear el impacto de las nuevas sanciones aprobadas por Barack Obama.

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Peor, a ojos de los republicanos, Flynn le habría mentido al vicepresidente Mike Pence sobre el contenido de esas conversaciones con el embajador.

El portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, dijo que Trump estaba “muy preocupado al saber que Flynn había ocultado información” a Pence.

Para agravar el cuadro fuentes oficiales dijeron al Washington Post que en enero la entonces secretaria interina de Justicia, Sally Yates, había informado a la Casa Blanca sobre el contenido de la conversación entre Flynn y Kislyak. Yates alertó que la situación dejaba a Flynn expuesto a chantajes por parte de la inteligencia rusa.

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Los demócratas quieren investigar la relación de Trump con Rusia y quieren saber cuándo se enteró el presidente de que Flynn había discutido las sanciones con Kislyak. (I)