Samanta Silva tiene 12 años y recicla desde hace cuatro. “Tengo dos motivos para hacerlo: el uno, ayudar al medio ambiente porque he leído en internet que se está destruyendo la capa de ozono y sé que no la voy a reconstruir, pero puedo ayudar. Y también para apoyar en el pago de mis clases de danza”, dice la pequeña que, en su casa en Mucho Lote, acumulaba el martes pasado ocho fundas con botellas plásticas aplastadas, dos sacos con cartón y otra bolsa con cientos de tapas.

Asegura que se inició impulsada por su abuela Patricia a quien acompaña a caminar a diario. En esos recorridos deportivos veían botellas botadas y decidieron recogerlas y venderlas. Ahora toda la familia contribuye: cuando compran agua o jugos, le llevan los envases.

Las clases de gimnasia, que son adicionales a las de danza, tienen un costo de 2,50 dólares por hora, esas son las que Samanta puede pagarse. Además recuerda que cuando la academia de danza en la que estudia sale a competencias internacionales, ella puede llevar algo de dinero, fruto del reciclaje.

Publicidad

“Es para traer recuerdos a mi tía, mi mami y a los demás”, dice emocionada al relatar, por ejemplo, que el año pasado llevó 20 dólares a Panamá. Agrega que como es niña no necesita mucho dinero.

La abuela sostiene que los trajes y la academia los paga la familia, pero apoya la iniciativa de Samanta porque así desde chica aprende el valor del dinero. Es ella quien la lleva al centro de acopio en Las Orquídeas, donde vende semanalmente lo que recauda.

En el 2015 Samanta contó a sus compañeras de escuela sobre la actividad y como requerían una acondicionador de aire en el aula le propusieron al maestro reciclar en busca de fondos. Se pidió a cada niño llevar 20 botellas y 20 tapas, pero con algo de decepción ella dice que no todos cumplieron. (I)