En el coliseo retumbaba el grito “¡Aleluya!, ¡aleluya!, ¡aleluya!”. Era el estribillo de la canción con la que ayer se iniciaba la misa para despedir a las víctimas del accidente de tránsito registrado en la vía Yaguachi-Jujan, entre un bus de transporte interprovincial, un expreso escolar y un automóvil liviano.

A las 11:45, cuando empezó la ceremonia, doce féretros yacían en el centro del coliseo del colegio José María Egas. Había cuatro hileras de tres cofres, todos rodeados con flores perfumadas que, por ratos, contrarrestaban un fuerte olor que emanaba de los ataúdes.

El de Victoria Jurado, una de las víctimas, de 17 años, estaba cubierto por dos camisas celestes del colegio Ati II Pillahuaso que colocaron sus compañeros y amigos del quinto curso.

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Al ver el ataúd su padre, Jorge Jurado, no contenía el dolor traducido en lágrimas. Los primos de la joven también se quebrantaban, pese a los intentos por darse ánimo entre ellos.

El viernes, cuando ocurrió la tragedia, Victoria pereció junto a otras 19 personas que se dirigían a un retiro espiritual en Montalvo, Los Ríos. Todos pertenecían al movimiento Camino Neocatecumenal, de la parroquia Santa Faz, en la cooperativa Santiaguito Roldós.

El accidente dejó una veintena de heridos que fueron hospitalizados en casas de salud.

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Arrimando el rostro a los barrotes de una de las puertas del coliseo, Dora Vásquez sollozaba. Miraba cómo el escenario se había repletado con gente que lloraba a sus muertos.

Desde afuera ella hacía lo propio. Perdió a su hijo William Borja, a su nuera Mariuxi Hurtado y a su nieta Brisa Gisel, la menor de todas las víctimas, con tres meses de nacida.

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A los 15 minutos de haber empezado la ceremonia oficiada por el párroco de la Santa Faz, Pablo Finós, un repentino aguacero causó preocupación en Vásquez. Los féretros de sus familiares estaban siendo trasladados de su casa al coliseo, y por eso ella esperaba afuera.

Esos ataúdes llegaron a las 12:30 y se completaron así los quince féretros en el coliseo.

Aunque ahí los cofres llegaron desde la morgue de Milagro la tarde del sábado, en la noche cada deudo llevó los féretros a sus casas para velar a sus parientes en familia.

A Segundo Rivadeneira sus amigos del barrio lo velaron afuera de su domicilio, en la calle, bajo una cubierta hecha con cañas y hojas de zinc.

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Durante la homilía el padre Finós decía que en medio del dolor de haber perdido a sus familiares, el amor de Dios se había manifestado en la ayuda que prestaron cada una de las instituciones de socorro durante y después del siniestro.

Exhortaba a los deudos a aceptar los designios de Dios como buenos creyentes. Y ante ello, familiares y amigos se volvían a abrazar como buscando un consuelo, una resignación.

Pese a estar adolorida y con un inmovilizador en el cuello, Marlene Ortega, sobreviviente del accidente, participó en la misa con una silla de ruedas.

Antes de dar la bendición final, el sacerdote roció agua bendita en los ataúdes y los veneró con incienso, como una muestra de amor, dijo él. Aquello fue filmado por los asistentes, quienes respondieron con aplausos, con más canciones.

La ceremonia culminó a las 13:00, y comenzó el traslado de los féretros hacia el camposanto Jardines de Esperanza, donde recibieron sepultura desde las 15:00. Esos gastos fueron asumidos por el Sistema Público para Pago de Accidentes de Tránsito (SPPAT). (I)