El sacerdote riobambeño Wilson Malavé bendice a la feligresía congregada en la iglesia San Agustín, en el centro de Guayaquil. La misa ha terminado y enseguida se forman dos hileras hacia la puerta del templo.

A las 20:20 del jueves 5 hay una columna de hombres y otra de mujeres. Algunos de ellos llevan bolsos y sacos con botellas plásticas; ellas cargan niños. Casi todos los adultos tienen canas, están en situación de indigencia o con pocas posibilidades económicas. Son los invitados a la merienda que ofrece la parroquia eclesiástica.

Voluntarios de catecúmenos de la iglesia reparten seco de pollo. Ellos se acomodan para comer en bancas ubicadas afuera de la iglesia que queda en Luis Urdaneta y Pedro Moncayo.

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La comida se reparte en las noches, de martes a viernes.

Una mujer que recorre el centro vendiendo aquellos bocaditos de maíz conocidos como cachitos recibe su plato. Se lo da el párroco Malavé. Ella responde agradecida con un ¡Feliz año! Y sonriente le cuenta que no asistió los dos días anteriores porque sufrió un problema de salud.

Estas historias “de compartir en comunidad” son las que el padre Malavé busca promover entre el grupo de invitados, de que sientan que la sociedad los incluye, refiere.

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Otro hermano, como el padre denomina a un cuidador de carros, cada viernes regala un pollo con los pocos ingresos que obtiene en su trabajo. “Esa es una lección para la sociedad”, sostiene el clérigo.

Dejando el plato casi sin ningún grano de arroz ni de pollo, algunos adultos se retiran agradeciendo y volviendo a la calle donde muchos pasan la noche, al no tener un hogar fijo, al estar alejados de la familia.

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El párroco Malavé cuenta que hace cinco años, cuando llegó a la parroquia eclesiástica, hizo un sondeo para convocar a aquellos necesitados y encontró que podía ayudar a unas 500 personas en Flor de Bastión, centro de Guayaquil, entre otros sectores. “Al principio no querían entrar a la iglesia y poquito a poquito se han acercado”, dice el padre riobambeño.

Cada domingo, tras participar activamente de la misa de las 11:00, el párroco les brinda y comparte con ellos un almuerzo que incluye postre.

Sin embargo, ante la necesidad, hace seis meses lo replicó con los grupos apostólicos cuatro días más de la semana para poner en práctica los pedidos del papa Francisco de dar de “comer al hambriento, vestir al desnudo”.

“Decidimos servir por los siglos de los siglos por todas las semanas, en total son veintiséis grupos de voluntarios”, cuenta el padre Malavé.

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Todo lo entregado desde sillas, comida, vasos y más vienen de la autogestión y de donaciones que para ellos hasta los mismos beneficiados entregan lo poco que recaudan con el reciclaje, cuidando carros y más actividades.

Según el plan del padre Malavé, busca ampliar su misión con una especie de casa del indigente, en la esquina de Luis Urdaneta y Lorenzo de Garaycoa.

La parroquia recibe donaciones para todas las comidas y pronto prevé ofrecer atención médica. Los interesados en colaborar pueden llamar al padre Malavé al 099-799-0583. (I)

Es un mensaje importante para la sociedad que a veces botamos la comida. Ellos se sienten felices porque se los dignifica, les hacemos sentir que son personas. Esta obra ha unido a la iglesia.Wilson Malavé, párroco iglesia San Agustín