Esas ganas de aprender siempre cosas nuevas y de intentar hacerlas hasta conseguirlo la han llevado a cumplir cada una de sus metas. Algunas de ellas han empezado por impulsos, otras por pasión y otras por necesidad, pero en todo lo que ha hecho Sandra Cueva siempre ha apostado por sus ideas y objetivos.

Es de Loja y desde hace 19 años vive en Samborondón. Tiene 53 años y es madre de tres hijos, María Fernanda, de 29; Vicente, de 23; y María José, de 20. Es técnica pastelera de profesión y actualmente es propietaria de Organic Planet, una tienda de alimentos saludables, ubicada en la avenida Primera de Entre Ríos y que es uno de sus más grandes sueños cumplidos, algo que se dio sin que se lo imaginara, luego de que su vida diera un giro.

Su vínculo con la cocina nació desde que era una niña, cuando sin importar la receta, ya que ella siempre las modificaba a su gusto, preparaba algún bocadito para compartir con sus padres, Carmen Jaramillo y Enrique Cueva.

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Su habilidad era innata, nadie le enseñó a cocinar, sin embargo, asegura que los platos le salían bien, y eso la motivó a tomar cursos y talleres de cocina cada vez que tenía la oportunidad.

Durante su infancia ayudaba a su mamá en una avícola que tenía; alimentar a los pollos, recoger los huevos y atender a los clientes eran parte de sus días de aventura.

A los 12 años la familia se mudó a Machala y allí emprendieron un negocio de textiles, ya que su madre era costurera. Luego comenzaron a vender manualidades hechas por su madre. “Ella era muy hábil con sus manos, creo que algo de eso lo heredé yo, pero con la cocina”, dice.

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Su verdadera aventura comenzó a los 17 años, cuando decidió estudiar Medicina en la Universidad Estatal. “Yo siempre he sido muy casera, muy apegada a mis papás, entonces venirme sola sin tener la posibilidad de comunicarme por celular como se puede hacer ahora, fue muy duro, pero mis ganas de estudiar fueron más fuertes”, añade.

Durante tres años su rutina era viajar todos los sábados de Guayaquil a Machala, luego de clases, para ver a sus padres, preparar el molde de pan para su papá y regresar el lunes de madrugada directo a la universidad. Aunque la Medicina la apasionaba, no pudo resistir la soledad y luego de tres años dejó su carrera a medias para volver a su casa.

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Sin embargo, no regresó con las manos vacías, sino con un emprendimiento en mente. Con una inversión de 100 sucres ella compró felpa y junto con su madre comenzó a hacer peluches que durante un tiempo vendió en el almacén de manualidades que tenían. De esta manera ganaba dinero para pagar sus cursos de cocina.

Allá conoció a Vicente Paladines, su esposo, con quien tiene 31 años de matrimonio. Ya con sus tres hijos se dedicó a ser mamá a tiempo completo y así comenzó la etapa más dura de su vida, cuando Vicente, su ángel, como ella le dice; empezó a mostrar un desarrollo físico y cognitivo un poco lento.

“Yo sabía que algo pasaba con mi hijo, a pesar de que ningún doctor me daba un diagnóstico, tenía un año y no caminaba, seguía creciendo y no podía hablar bien, así que decidimos llevarlo a Guayaquil para más exámenes, pero no sirvió de nada”, comenta.

Luego de estar 15 días interno en un hospital en Quito, le diagnosticaron un déficit alto de atención y percepción, que según los médicos se debía a una falta de oxigenación en su cerebro al momento de su nacimiento. Desde ahí comenzaron las terapias físicas y de lenguaje.

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Parte del tratamiento de Vicente involucraba la alimentación, que excluía los dulces y posteriormente al gluten, al que resultó ser alérgico. Esto la llevó a Sandra a investigar e involucrarse con la comida para personas con intolerancias.

Así complementó sus conocimientos adquiridos en la Escuela de los Chefs, donde aprendió pastelería, también con lo que investigaba en internet, y así, valiéndose de productos como leche de almendras, quesos veganos, aceites vegetales y demás, comenzó a hacer tortas que su hijo y ella pudieran consumir, ya que ella también desarrolló intolerancia al trigo y a los lácteos.

Hace dos meses, luego de que Vicente se graduara en el colegio Crear, Sandra consideró la alternativa de ponerse un negocio en el que pudiera vender todos estos alimentos. Así comenzó con Organic Planet, un local de comida natural sin químicos, colorantes ni aditivos, en el que a más de ofrecer sus postres, humitas y pan de yuca libres de gluten, lácteos y azúcar refinado, también vende salsa de tomate, carne orgánica, mozarella de coco, entre otros productos de agricultores artesanales nacionales.

Además, los sábados imparte talleres de cocina y pastelería, en un taller en el local. (I)

Dicen de ella “De mi mamá admiro su perseverancia, sus ganas de ser mejor, de ir innovando siempre y en especial de lo dedicada que es con nosotros, su familia. Es mi ejemplo”.MA. Fernanda Paladines, Hija