Santiago J. Bucaram

Una alumna me preguntó por qué las clases populares son tan inocentes y muestran una mayor tendencia a apoyar a candidatos de la farándula. No contesté directamente; mejor decidí contarle la historia de Juan. Él comienza su día antes de las 04:00. Gasta entre 9 y 10 horas en un trabajo donde no respetan su dignidad. Gana un sueldo paupérrimo para sobrevivir, mas no para soñar con días mejores. A las 21:00 llega a su humilde hogar, con la limosna en mano y la decepción de que todo siempre será igual. A esa hora es muy tarde para ver los noticiarios; y aunque si hubiera llegado a tiempo, tampoco los vería, pues conoce que en estos solo se hablará de aquellas personas que utilizan el poder en beneficio propio y de específicos grupos de interés. Con esta desidia frente a la información noticiosa, Juan demuestra entender que en Ecuador los pobres son peones, y que no importa quién esté en el poder, el rol del ciudadano común es poner su cuello firmemente contra el piso para ser aplastado por los grupos económicos que gobiernan tras bambalinas el país, a través de los políticos que ellos han ungido (de derecha e izquierda).

Entonces Juan elige aislarse y simplemente disfrutar de su programa favorito de televisión, que le permite escapar a un mundo donde los personajes no son solo actores, sino también amigos que le brindan el bálsamo necesario para soportar su triste existencia. Cuando se entera de que sus “amigos” de la televisión se lanzarán como candidatos, se entusiasma. Sabe que no están capacitados, pero no le importa, pues los políticos “capacitados” que prometieron ayudarlo lo dejaron solo, dedicándose a proteger los intereses de los grupos económicos que los llevaron al poder. Por eso Juan decide votar por los “famosillos”, y así agregar caos al sistema a través de la ineptitud de aquellos, y con esto quizás lograr un cambio, para bien o para mal, pero un cambio; pues Juan no solo está harto de ser pobre, sino que está hastiado de la desigualdad producto de los privilegios que disfrutan los que están en el poder y sus mecenas.

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Un consuelo que reconforta el alma de Juan es que uno de los caos por los que apostó, Rafael Correa, de algo sirvió, y siempre le estará agradecido. Correa entonces representa la estulticia de las élites económicas, quienes no entienden dos realidades fundamentales: primero, que todo lo que hagan o dejen de hacer volverá para atormentarlos; y segundo, que el pueblo, empobrecido por sus intereses mezquinos, eventualmente querrá caos, no precisamente para mejorar su vida, sino para obtener justicia, haciendo que los miembros de dichas élites sufran como ellos sufrieron cuando sus cónyuges e hijos morían por no tener acceso a cuidados médicos, alimentación, etc.

En definitiva, los pobres como Juan desean una perturbación duradera que eche por tierra la idea absurda de que el porvenir de la sociedad depende del bienestar de las élites y por ende se debe priorizar el apoyo a estas por sobre las necesidades de la mayoría; pues cuando las élites comen más habrá más migajas para todos. (O)