Hace dos semanas, la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Central del Ecuador en Quito organizó y llevó adelante el Tercer Foro Universitario de Salud Pública: Cáncer Urbano en Ecuador, con la participación de expositores internacionales y nacionales que abordaron esta temática desde diferentes enfoques. Una de esas aproximaciones se desarrolló en la mesa redonda denominada ‘Humanizando la medicina en el paciente con cáncer, hacia una ética integral’. Quienes intervinieron hablaron sobre la necesidad de mejorar el mundo de la salud desde la calidad afectiva en la atención al paciente para incidir en la construcción de armoniosas relaciones entre él y los profesionales integrantes de los sistemas de salud. Se planteó que partiendo del respeto a los valores y un adecuado y humano manejo de los sentimientos de frustración y de pérdida se puede llegar al fortalecimiento de la autopercepción del paciente sobre su estado de salud, como un objetivo por alcanzar para la adecuada y personal toma de decisiones sobre el tratamiento médico a seguir.

Con dramatismo, buscado de manera ex profesa, se mencionó que en muchas ocasiones, sobre todo en aquellas relacionadas con enfermedades catastróficas, el dolor y la desesperanza invaden la vida de los pacientes y de sus familias, y que esa realidad emocional a menudo es inadvertida por los profesionales de la medicina que han perdido la capacidad de sentir el drama del enfermo relacionándose con él desde una fría rutina protocolar autoimpuesta por sistemas de salud que han incrementado grandemente su capacidad de atención a un número mucho mayor de personas, pero que no han hecho, ni por asomo, un esfuerzo parecido para cultivar sistemáticamente en todos quienes lo integran una posición humanista frente al dolor y a la muerte cercana. Y así, el desamparo y la angustia se enseñorean en los corazones del enfermo y de su familia, porque el equipamiento, los fármacos, la sintética y artificial tecnología y toda la parafernalia burocrática de los sistemas de salud juntos no pueden reemplazar el efecto benéfico de una mirada que comprende y se solidariza, de la palabra afectuosa que consuela y conforta o del cálido contacto corporal y afectivo de un abrazo sentido.

Se planteó que el desarrollo racional de la sociedad que se manifiesta en sistemas burocráticos complejos y en sofisticados productos científicos y tecnológicos se impone con facilidad como la mejor y única opción, deshumanizando la vida, pues la importancia que se otorga al mejoramiento espiritual en la sociedad contemporánea es mucho menor que la que se atribuye al conocimiento racional. Sin embargo, una ligera aproximación al humanismo nos muestra que esa utopía no se la alcanza con la potenciación de la utilización prioritaria de la tecnología, sino con el fortalecimiento de comportamientos basados en la búsqueda de una ética individual y colectiva, considerada como el medio más eficaz para la sostenibilidad y proyección. La ciencia y la tecnología son importantes e imprescindibles, pero sin reflexión para su adecuada utilización conllevan deterioro y decadencia. Antoine de Saint Exupery, en El Principito, sostiene que es con el corazón como vemos correctamente, que lo esencial es invisible a los ojos.(O)