Cambio es una palabra amplia, ostentosa, diversa.

Cambio es una promesa implícita.

El cambio como tal no existe, es una evaluación, una observación que se hace luego de que una situación u objeto ha sido modificado de alguna manera.

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Desde la física y la química es más fácil comprobarlo, desde lo social es más complejo, dependerá siempre de los criterios escogidos para medir o evaluar, y de quién los escoja.

Entonces ¿qué se ofrece y qué se espera cuando se habla de cambio?

La palabra cambio cobra poder en la interpretación, en el deseo.

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Cambio puede caber en casi cualquier aspiración, no es casualidad que en toda elección algún candidato prometa el cambio como eslogan.

Nuestra naturaleza pareciera ser la de estar en una permanente espera y esperanza de algo mejor, que las cosas cambien, en lo personal y en lo social.

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Los cambios sociales no siempre son tan evidentes y su visión puede estar mediada por una interpretación subjetiva, porque se leen desde una previa selección de fuentes, argumentos e intenciones, y al final, podemos correr el riesgo de ver la película que queremos ver.

Si estamos cada vez más inmersos en nuestros pequeños circuitos rutinarios y entornos digitales, repasando argumentos que circulan en los mismos espacios recurrentes, en lugar de estar afuera, en la calle y ver, escuchar, oler, sentir y experimentar nuestro espacio social, va a ser difícil contrastar la idea de una realidad nacional o local, y dependeremos de las estadísticas como pruebas o radiografías de lo real.

Pero las estadísticas, como las encuestas, parecieran aguantar todo y acomodarse desde su data o su interpretación al modelo de realidad que se quisiera sostener.

Entonces, finalmente en febrero estaremos ahí, con una idea de cómo está el país, frente a una serie de candidatos con sus propuestas de cambio.

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Por un lado resulta cómodo endosar la responsabilidad del cambio a alguien para que en cuatro años resuelva los problemas que deseamos sean resueltos.

Pero no podemos pensar que, en las condiciones en que está el Ecuador, esperaremos sentados a que un nuevo presidente lo arregle, y que además se nos beneficie en ese cambio.

Desde mi punto de vista, Ecuador sí necesita un cambio, y espero de los candidatos presidenciales que sus promesas de cambio se evidencien en objetivos puntuales y claros, que permitan identificar si hablamos de los mismos cambios. Un cambio desde lo económico, lo administrativo y lo social, con más oportunidades de empleo, con una educación más coherente con los tiempos que vivimos, sin corrupción, con equidad, libertad y respeto a los otros.

Pero eso dependerá también de un cambio mayor, un cambio en nosotros como ciudadanos, para comprometernos a trabajar por ese cambio a largo plazo, para tolerar y apoyar el proceso que se viene, que será duro, y un gobierno solo no es suficiente para sacarlo adelante.

Resulta interesante recurrir a esa frase de Tolstoi “Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”, modificándola a “deseamos que nos cambien el mundo, en lugar de cambiarnos a nosotros mismos”.(O)