Íbamos en mi carro trasladándonos desde el centro de Guayaquil para ir a la Universidad Católica, la ruta conocida por todos era tomar la 9 de Octubre y seguir largo hasta la Carlos Julio Arosemena (para los que no son guayacos, aquí, a las calles las tuteamos).

Sin embargo, bajé hasta Aguirre por Machala, a fin de coger el puente de El Velero, que nos permitiría entrar más rápidamente por la ciudadela Bellavista a nuestro destino. En ese trayecto mi copiloto de ocasión, desde que llegamos una cuadra más al sur de la 9 de Octubre se encontraba totalmente perdido; me preguntó a la altura de las calles Aguirre y Antepara; “¿esto es el sur?”.

Me di cuenta de dos cosas, no sabía ni dónde vive y hay gente que no conoce la ciudad, pero tampoco le importa y lo confiesan sin ninguna vergüenza. Al preguntarle si era en serio lo que había preguntado, dijo con franqueza pasmosa y orgullo: “la verdad es que yo de Urdesa, Samborondón (entiéndase la vía a Samborondón), Los Ceibos y la 9 de Octubre no conozco nada”. Sin más, con una sonrisa finalizó su comentario, y yo la conversación.

Publicidad

De esta anécdota hay algo profundo, buena parte de los 3 millones que vivimos en esta ciudad tenemos en común que somos ecuatorianos, conocemos de Emelec o de Barcelona, y no más. Vivimos en lugares donde no podemos conectarnos unos con otros con pretextos como la inseguridad, el afán de diferenciarnos para no ser del “pueblo”, etcétera. El problema de esto es ¿cómo podemos querer a una ciudad a la cual le corremos, donde no queremos acercarnos a ciertas zonas ni tener nada que ver con sus costumbres; donde algunos que viven en ciertos sectores que ya no son de Guayaquil, ven a la mitad de la ciudad como la “hermana república del sur”; donde se confunden nombres de barrios como si fueran lo mismo que queda “por allá” en algún lugar, desconociendo su ciudad con sus riquezas culturales, históricas, tradiciones, que se menosprecian. Esto resalta dos problemas, el primero son los espacios públicos comunes, faltan más de ellos: bibliotecas al aire libre, teatros populares..., son aspiraciones que no están en bosquejos. ¿A qué lugares podemos recurrir los de aquí y los de allá, los guayaquileños, los guayaquileños de Durán, de La Aurora, de la vía Samborondón, del Guasmo, de Mapasigue, del suburbio, del Centenario, etcétera; donde nos encontremos, enriquezcamos culturalmente, nos compartamos y veamos como iguales y seamos Guayaquil, con ese concepto de “nuestra casa grande”? Y el segundo y más grave problema es que estemos haciendo una cultura de lo excluyente en la que no se puede amar porque no se conoce, en vez de conocer, preocuparse y hacer acción común; y no simplemente correr lo más lejos posible para que eso “no nos toque”. Guayaquil es la ciudad de todos, de migrantes nacionales y externos que se desarrollan y la aman como hijos. No se puede seguir creciendo entre murallas unos con otros, si la autoridad y cada uno no tiene la iniciativa de conocer un poco su ciudad que parece tan lejana, pero de ella respira su aire.(O)

Andrés Salustio Vera Pinto, Guayaquil