YO LO PERDÍ. Lo ha vuelto a ver en sueños como el que tuvo la semana pasada en el que su hijo se le apareció de blanco rodeado de una luz resplandeciente. En esa ocasión, Carmen Acosta extendió la mano para alcanzarlo. Al despertar vio que tenía la mano alzada: “Como si quisiera tocarlo, pero era un sueño”, dice.

Kevin Douglas Júpiter Acosta ya no la acompaña desde la tarde del 1 de marzo pasado. Fue un martes. El joven, de 18 años y tez trigueña, había dejado a una de sus compañeras de la Universidad Politécnica Salesiana (en la que estudiaba electricidad) en su casa ubicada en la urbanización Santa Mónica, en el sur de Guayaquil, cuando dos hombres que iban en moto le cortaron el paso.

Kevin salió corriendo y los asaltantes lo alcanzaron y lo asesinaron. “Se llevaron la maleta, el celular. Fueron como dos balas y pasó a eso de las cinco de la tarde”, cuenta Acosta.

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Desde entonces, Carmen no deja de llorar cada día. “Me quitaron la ilusión de conocer a mi nuera..., a mis nietos, mi familia era mi hijo, mi casa y Dios”, asegura nueve meses después del crimen.

“Cuántas ilusiones, cuántos ideales, mi hijo tenía previsto graduarse y tener su propia empresa”.Carmen Acosta, de 55 años

Es un pesar, un dolor que por ratos se vuelve culpa, ya que ella llamó a su hijo minutos antes del hecho: “A veces me pregunto si ese momento fue cuando le vieron el celular”.

Del asalto no tiene más certezas. Ni siquiera sabe la descripción de los que actuaron. Nadie vio. El hermano de Carmen hizo seguimiento a la investigación, pero finalmente cuenta que le dijo “que se lo deje a Dios, que nadie le devolverá a su hijo vivo”, y todo quedó allí. Nunca detuvieron a los responsables, no se hizo justicia.

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Para disipar lo ocurrido y sobrellevarlo, Carmen se apoya en sus familiares, en las madres amigas o recorre las tiendas de centros comerciales.

Los amigos de Kevin también lo recuerdan. “Cumplió el 15 de agosto sus 19 años”, dice Carmen como si aún estuviera presente. Fue un día especial en la iglesia del Santísimo Rosario. Sus compañeros llevaron globos blancos inflados con helio que los lanzaron al cielo.

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Pero hay un amigo, de esos incondicionales, que acude a la tumba, coloca agua en el florero y le dice: “Aquí estoy como siempre”, cuenta Carmen: “Yo misma lo he visto cómo viene a visitarlo borrachito y llora”.(I)