La estancia temporal en este mundo nos hace reflexionar en vivir una vida con sentido, dejando una huella de paso por el mundo.

La superficialidad en lugar de profundizar al interior tratando de discernir lo banal, lo no trascendente y frívolo, de lo profundo, espiritual; no deja preponderar valores como la honestidad, la modestia y el respeto. Dejando a un lado la fatuidad y la arrogancia, se puede vivir con plenitud y responsabilidad a partir de las decisiones tomadas de manera inteligente. Los seres humanos somos conscientes de nuestra historia y de atesorar el legado dejado por nuestros ancestros (padres, abuelos...), para que la civilización siga avanzando con nuevas aportaciones; somos los únicos seres dotados de conciencia y voluntad decisoria. Estar consciente es presenciar la realidad tal y cual como es, no dejando de vivir el ahora por estar persiguiendo el fantasma de un futuro incierto que quizás no llegue. Esta vida terrenal tiene un ineludible límite temporal que hace necesario el compromiso con la propia tarea vital, encontrar el propósito por el cual vale la pena luchar por los valores. La pregunta es, ¿qué le da sentido a la vida humana? Vivir por un gran propósito requerirá un cambio fundamental en la manera de vivir sin apariencias... Martin Luther King en un discurso, el 28 de agosto 1963, dijo: ‘Yo tengo un sueño del día en el que niños negros y blancos caminen juntos como hermanos’. Encontró un gran propósito por el que estuvo dispuesto a morir. La vida es un hermoso regalo, el hecho de estar vivos es un don, y a eso añadimos la compañía de los seres amados. La vida nos demanda aportación activa, como han dejado huellas o enseñanzas de honestidad, tantas personas que nos han precedido en partir a la eternidad. Mientras vivamos sin encontrar la paz, malgastaremos el tiempo. Servir a la humanidad con nuestras acciones cotidianas, hacer que cada día sea importante viviendo una vida espiritual haciendo el bien, vale la pena. (O)

Jaime Benites Solís, doctor en Medicina, avenida Samborondón