La idea del suicidio se instaló en su mente. A sus 12 años, Andrés pensó en colocarse bajo un auto o ahorcarse en el baño de su casa. “Encontré la soga con la que se quería matar, no podía perdonarme y yo le expliqué que no fue mi culpa”, cuenta Martha, su madre, y quien le transmitió el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), del que este jueves 1 de diciembre se conmemora el día de la lucha para combatirlo.

Pudo ser durante el embarazo, ya que al no saber que estaba infectada no inició el tratamiento para evitar la transmisión al bebé que crecía en su vientre. También en el parto, por haber dado a luz de forma natural y no por cesárea, que evita que el recién nacido tenga contacto con la sangre de su madre; o al darle de lactar.

Dos años han pasado desde que Andrés se enteró que estaba infectado y las ideas de quitarse la vida han desaparecido. Tras recibir ayuda psicológica, sigue con sus estudios. Martha sabe que es reactiva a VIH desde cuando su hijo tenía cinco años y le detectaron el virus. Su conviviente –quien falleció de un infarto– también lo tenía: “Andaba con mujeres del chongo. Me decía que yo no valía nada, que ellas lo atendían bien y que las mujeres con las que andaba eran sanas”, cuenta.

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El miedo que ahora persigue a Martha y a Andrés es de que sus allegados se enteren de que tienen el virus. Temen al discrimen. “No me darían trabajo, donde yo lavo tengo miedo de que la señora se entere y no me dé la comida por temor a que la infecte”, piensa Martha.

Andrés, por su parte, ha perdido dos años de estudios por las recaídas. A los 14 años está en octavo de básica y dice que no le contará a sus amigos lo que tiene. Ambos toman antirretrovirales, los medicamentos para evitar la multiplicación del VIH en la sangre.

El objetivo es alargar la esperanza de vida y evitar el desarrollo del sida –fase terminal en la que se es más proclive a enfermedades oportunistas que provocan la muerte–, dice Joyce Andrade, infectóloga del hospital de niños Roberto Gilbert, quien afirma que lo más complicado es decirle a un menor de edad que está infectado: “Hay falta de información. La gente cree que este diagnóstico es una sentencia de muerte y por eso temen hacerse las pruebas, pero más bien, lo importante es detectar a tiempo para iniciar el tratamiento”, afirma.

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Nelly Chávez, médico del área de Infectología del hospital del Niño de Guayaquil, asegura que la clave para evitar la transmisión de la madre al menor es que esta, durante la gestación, se haga la prueba de detección del virus cada tres meses. En caso de tenerlo, debe iniciar el tratamiento para no infectar al niño. “Hacerse una prueba de VIH es como hacerse una glucemia para prevenir la aparición de la diabetes...”.

A un total de 103 niños de 0 a 9 años se les detectó VIH durante 2015, según las cifras que el Ministerio de Salud Pública envió a este Diario por email. El número de infectados en 2015 asciende a 143 con los pacientes de hasta 14 años y, a 396, con los que tienen entre 15 y 19.

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En estos últimos grupos están adolescentes que contrajeron el virus por tener sexo sin preservativos. Son los casos de Damián y Alberto, que se enteraron de que estaban infectados cuando tenían 16 y 17 años, en su orden. El primero cuenta que fue infectado por quien fue su pareja en una relación homosexual: “Lloré mucho porque creía que me iba a morir, pero ya lo he asimilado y hay días incluso que ni me acuerdo que tengo VIH y eso me ayuda a seguir”. Alberto dice que no sabe quién lo infectó y cuenta que lleva “una vida normal”.

Miriam Zambrano, psicóloga de la Red de Dispensarios Médicos de la Arquidiócesis de Guayaquil (Redima), da cuenta de otra historia en menores de edad. Es una adolescente de 13 años con el virus del papiloma humano: “Estamos realizando las pruebas para ver si es reactiva a VIH, pero sí hay casos de esas edades que lo contraen vía relaciones sexuales”, sostiene.

Según especialistas consultados, actualmente hay muertes por VIH-sida porque el diagnóstico llega muy tarde, cuando aparece el sida y ataca una enfermedad oportunista.

Zambrano, quien es parte del programa que atiende a 50 niños que son portadores del virus o están afectados debido a que sus padres lo tienen, repara en que el principal problema es la discriminación cuando se filtra el diagnóstico.

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Este año, por ejemplo, un establecimiento educativo intentó negar la matrícula a un niño portador porque los padres de familia se negaban a aceptar que sus hijos compartan con él, en el aula. “Finalmente se consiguió que lo acepten. Este es un virus que se transmite por la sangre, por los fluidos sexuales, no por compartir un vaso”, explica Zambrano.

Por otra parte, Zambrano señala que las escuelas deberían ser más flexibles con los niños portadores ya que los controles médicos y las medicinas son clave para que logren una calidad de vida normal y esto puede incidir en que falten a clases.

En los niños y en las embarazadas, el tratamiento antirretroviral inicia desde que se da el diagnóstico.

Pese a la obligación de que las embarazadas se sometan a las pruebas en los controles prenatales, ocho menores con edades de entre 0 y 9 años fallecieron por esta causa durante el 2015. Entre las muertes de niños se cuenta la del bebé de Rosa, cuando este tenía solo 15 meses de nacido: “La enfermedad le ganó. Era un niño muy luchador. Recaía y el mismo tomaba las fuerzas para superarlo”.

Ella se enteró que es portadora cuando su bebé tenía 9 meses. Fue hace nueve años cuando los controles prenatales no incluían las pruebas para detectar este virus en las embarazadas. En su caso, un vecino del barrio donde creció –al que dice que conocía de toda la vida– fue quien la infectó: “Me enteré que murió y que él había tenido relaciones con una pareja homosexual”, dice Rosa, quien lleva nueve años siguiendo el tratamiento antirretroviral.

Entonces la transmisión también se da por el desconocimiento de las portadoras. En Redima se conoció el caso de una tía que transmitió el virus a su hija y a su sobrina, ambas recién nacidas, porque les dio de lactar. Su hermana no producía leche materna. “Las dos dieron a luz al mismo tiempo. Ahora ya tienen 4 años”, dice Georgina Manzur, pediatra de Redima.

Los infantes son afectados ya sea porque tienen el virus o porque, en caso de no tenerlo, quedan huérfanos por el fallecimiento prematuro de sus padres. Hasta 2015 había 11 mil menores huérfanos en Ecuador por esta causa, según el sito web del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (ONUSIDA).

Dos menores de 7 y 8 años que jugaban en el albergue que tiene Redima en el sur de Guayaquil –inaugurado en septiembre pasado–, corren el riesgo de sumarse a los huérfanos. Sus padres afirman que ellos encarnan el motivo de su lucha. Este lugar fue construido como albergue temporal para pacientes con VIH que llegan a la urbe en busca de sus medicinas o para consultas.

Chávez dice que uno de los problemas que se presentan en los casos de menores huérfanos infectados es que dejan de acudir a las consultas de control y de medicarse: “La mayoría por problemas sociales, económicos para trasladarse. Como ya no está el progenitor, la persona que los cuida dice que no tiene tiempo”, lamenta. (I)