Testimonio.

Vidas salvadas por la donación de órganos

Elsa María Villalta, 50 años

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Elsa Villalta no está trabajando. Su permiso médico sigue vigente, pero lo que ella quiere es volver a las aulas, allá donde todos la llaman Miss Elsita. Elsa es licenciada en Ciencias de la Educación y trabaja en la Unidad Educativa Sinaloa del cantón Balzar, en Guayas. Pero no hace mucho se sometió a un trasplante de hígado porque el suyo dejó de funcionar.

“Soy trasplantada hepática. Mi cirrosis terminal hepática se debió a que... capaz lo heredé de algún abuelo, bisabuelo...”, cuenta Elsa sentada en una banca del hospital Luis Vernaza, adonde acude mensualmente para revisiones y lo hace feliz. Allí, en esa “muy querida” institución, volvió a nacer.

Todo comenzó en el 2010, cuando le dijeron que tenía hígado graso. “Por mi actividad de ser una maestra con dedicación en mi colegio, yo me despreocupé y totalmente me dediqué a trabajar. Me cuidaba con el régimen de las comidas, mis dietas, pero no fue suficiente. En el 2013, el 21 de diciembre, me dio como una diarrea en sangre y ahí sí totalmente se descubrió que ya tenía terminal, que ya estaba terminado mi hígado, que lo único que me esperaba era ya, si no me trasplantaban, irme donde Nuestro Señor Dios”, recuerda Elsa, de 50 años.

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Esperó alrededor de un año y medio antes de recibir un nuevo hígado, el 9 de marzo de 2015, por medio del Seguro Social. “No tuve que cancelar absolutamente nada, ni dos reales, nada”, cuenta y añade que la medicación también se la cubre el IESS. “Prácticamente me tomo unas 20 pastillas diarias”, comenta Elsa, quien tras el trasplante dice sentirse “llena de vida, llena de energía”.

“Yo sabía que tenía que vivir porque Dios... él tenía que salvarme, porque al salvarme a mí, salva a un poco de personas a las que yo les doy clases y siempre como los he guiado: sí a la vida, no a las drogas...”. (I)

Me trasplantaron y mi vida cambió totalmente. Estoy llena de vida, con el tratamiento muy bien llevado por los doctores.