Con relativa frecuencia hago uso del transporte público de la Metrovía en la ciudad de Guayaquil.

Subirme a los buses de la Metrovía me representa hacer ejercicio físico, economía de la gasolina de mi carro, no contamino más el medio ambiente, y me obligo a elaborar un buen “plan logístico” para aprovechar mi tiempo y el terreno por el cual voy a transitar.

Con frecuencia, generalmente los jóvenes de ambos sexos, me ofrecen el asiento y en ciertas ocasiones lo acepto y en otras no; pero en cualquier caso expreso mi agradecimiento de las mejores maneras a dichas personas amables.

Publicidad

Escribo estas líneas para dejar pública constancia de mi admiración para todas las personas que sin conocerme, me ofrecen su comodidad, porque quien lo hace está haciendo certificación de la nobleza y el respeto a sí mismo, aunque aparentemente parezca que lo haga por el otro.

Es interesante que este tipo de gestos para con el prójimo lo imitemos todos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, ricos y pobres, cultos e incultos; porque siempre habrá una persona necesitada de un asiento, de una mano para cruzar una calle, de un niño cansado y con sed...

No perdamos la oportunidad que nos da la vida diariamente de quedar bien con nosotros mismos.(O)

Publicidad

Eduardo Vargas,
Médico, Guayaquil