El sol está a punto de ocultarse y Ulises Lecaro Alvarado, de 65 años, con las manos arrugadas sigue tejiendo la atarraya, una red que lleva plomo en sus bordes y sirve para la pesca de peces medianos y pequeños. Sus ojos de color café claro ven sin lentes y sin dificultad, así, sin complicaciones sabe cómo mover la ojeta y unir la piola desde los 12 años.

Debajo de sus cejas tupidas y con pocas canas, su mirada se nota fija solo en el tejido. Entre ratos descansa para acariciar a Chéster, su compañero, su amigo, su perro; él sabe de su soledad, de su arte y de quienes aprecian lo que él hace, y por eso siempre regresan por una atarraya, hamaca, bolsos, net que se usa para jugar voleibol, o un bajío, otro implemento para la pesca.

Vive solo con su perro en una casa de planta alta en Tarifa, una vivienda que durante la tarde y mediodía parece abandonada, pero cobra vida cuando Ulises se sienta al pie de la puerta a tejer. Lo hace en las mañanas y al caer la tarde, el resto del día suele dedicarse a la albañilería, un oficio que según dice, este año ya le da mucho trabajo, pero sigue en los pocos contratos para construir lo que le salen porque no puede dedicarse solo a ser artesano pues no es rentable.

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Con el ceño fruncido explica que para hacer una hamaca invierte $ 20 y se gana $ 5, para hacerlo tarda alrededor de 24 horas. Cuando elabora un bajío invierte $ 10 y recibe como beneficio $ 10. Las atarrayas le toman ocho días, y esas sí le generan de $ 40 en adelante como rendimiento, la cantidad es mayor dependiendo del tamaño, la más grande que ha tejido es de 25 metros a la redonda, fue hace varios años y por un pedido especial de una camaronera, dice que ya no recuerda cuánto recibió.

Para elaborar la atarraya tiene que sentarse y atar la piola desde una parte alta, casi siempre la sostiene de un clavo, en la pared. Esta es una de las redes más complicadas de hacer por su tamaño y textura, cuenta que usa una piola nailon tratada, que solo compra en un local en el centro de Guayaquil. Otros de los materiales que requiere son cabillo plano y cabo.

Pese a que no le genera ganancias que sumen cada mes un salario básico que se podría ganar en un empleo a tiempo completo, él no deja de tejer porque no solo lo entretiene y lo hace feliz; le permite mantenerse ligado a sus raíces.

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“Desde mi infancia me gustaba, yo me ponía a tejer siempre para entretenerme. Me da pena ver que en la actualidad pocas personas hagan esto y que no lo valoren, que no se pague bien, es parte de nuestra cultura, orígenes y el instrumento más importante de los pescadores”, expresa emocionado mientras envuelve la piola en la ojeta y la mete con una lata; dice que ambas las elaboró él a base de caña.

Tiene alrededor de quince ojetas y latas, las elabora y para darle un acabado perfecto les pone barniz.

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Fueron sus fallecidos abuelos Francisco Lecaro y Victoria Martillo quienes le enseñaron a tejer. “Ellos lo hacían de una forma maravillosa, sus puntos, su pasión es indescriptible”, dice.

Las manos de Ulises no han podido dejar de tejer ni un solo día, pero su amor por la artesanía se volvió más intensa luego de que fallecieron sus padres, Hilda Alvarado y Rafael Lecaro, hace 18 años. “En el mismo año se me fueron los dos, me quedé solo. Tejer me ayuda a no llenarme de tristeza, a poner mi mente en algo productivo”, expresa con nostalgia.

Mientras teje la atarraya con una piola de color negro lleva el cálculo de cada orificio que teje, a los cuales les llama ojos; lo hace en orden, en su mente, es exacto sin un medidor a mano. Dice orgulloso: “Yo soy bachiller en contabilidad”, y que empezó sus estudios de secundaria en Samborondón y terminó en Guayaquil. “Yo decidí seguir tejiendo y aprender albañilería”.

Abre los brazos para medir la red y dice que él es conocido por su trabajo, que todo lo que teje siempre lo vende. Hace unas tres atarrayas al mes, y las vende a pescadores y dueños de camaroneras; los bajíos, bolsos y la net, solo por pedido.

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Su jornada está a punto de terminar. Ya son las 18:50, a esa hora se dispone para comer, a veces se cocina él, en otras ocasiones la comida se la traen los familiares.

Sobre su decisión de vivir solo, de no haberse casado y no haber tenido hijos hasta la actualidad, dice que es porque no ha encontrado una mujer que “lo comprenda, en la que se dé un entendimiento” y que prefiere una unión de hecho y no un matrimonio civil y eclesiástico. “Mis padres siempre estuvieron solo unidos así, solo la muerte los separó”, indica emocionado.

Ha enseñado a tejer a dos moradores, ambos lo han puesto en práctica. Sueña con seguir tejiendo y enseñar a otros hasta el día de su muerte. (I)

Dicen de él “Es trabajador y respetuoso. Es admirado por todos por lo que hace, ser artesano requiere de paciencia, pocos se dedican a eso aquí, es muy tedioso”.Ricardo Vera, vecino de Ulises