Tiene proyectos para rescatar las tradiciones y así fomentar diferentes actividades caballistas.

Cuando ve a Jardinero se emociona. Su mirada se concentra solo en él, lo acaricia y le habla como si fuera su amigo. Es uno de sus caballos favoritos y el que le regaló a su hija Emili, de 16 años, para su cumpleaños, hace ocho años.

Jardinero, de colores blanco con café, de cascos y espolón bien definidos, es uno de los 28 caballos de raza criolla que tiene en la hacienda El Gran Chaparral, ubicada en la falda del cerro Santa Ana, a unos diez minutos del área urbana de Ciudad Samborondón.

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Léster Cano es el coordinador general del comité ecuestre, un grupo que fue creado por el Municipio para promover las actividades equinas de la jurisdicción que tiene la denominación de Capital Ecuestre desde el año pasado, otorgada por la Organización Mundial de Turismo Ecuestre (OMTE).

No gana sueldo en el cargo que tiene pero, afirma, le permite trabajar para rescatar las tradiciones de los caballistas, fomentar las actividades con caballos y promover la imagen de capital ecuestre.

Está sudado por el ajetreo y exposición a los rayos del sol tras dar una vuelta por encima del pasto, para que veamos las demostraciones de Jardinero. Viste zapatos de cuero, lleva sombrero, camisa y jean azul, ese es el tipo de vestimenta que suele usar a menudo.

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Siempre ha vivido rodeado de caballos. Sabía montarlos desde que tenía 5 años. “Son una fiesta porque me dan alegría, con ellos hasta bailamos. Encierran tradiciones y nos desestresan”, dice, y cuenta que a sus hijos, Emili y Hugo, de 12 años, les ha enseñado sobre su afición.

Mira hacia una vertiente de un río que cruza cerca de su casa y el agua lo inspira a evocar su infancia. Recuerda que el camino a la escuela era todos los días sin zapatos y montado a caballo, con su hermano David a caballo. “Nosotros como pelucones, éramos únicos llegando montados en los caballos”, manifiesta emocionado.

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Él estudió primaria en el sector y la secundaria en el colegio Vicente Rocafuerte, en Guayaquil. Comenta que no quiso seguir la universidad sino dedicarse a la agricultura, ganadería y cuidado de los caballos para ayudar a su padre, Segundo Cano, pero agrega que después de que salió del colegio ha realizado cursos relacionados con agronomía. No descarta ir a la universidad y estudiar Ingeniería en agronomía.

Aunque ha estado siempre ligado a la vida con los equinos, dice que hace cinco años en Samborondón eso no era común, que había poca gente dedicada a los caballos, y que eso lo motivó a impulsar la creación de un club de caballistas, que en un inicio integró 32 miembros. En la actualidad hay más de doce grupos, entre agrupaciones y asociaciones, con más de 500 caballistas.

Mientras habla sostiene en su mano un bejuco, que es una tira fina de madera especial que usan para adiestrar a los caballos. Cuenta que a lo largo de su vida los caballos le han enseñado también a él, lo han formado en su personalidad, aprendió de ellos valores como la perseverancia, fuerza y resistencia para enfrentar las adversidades.

Su faena, que empieza a las 05:00 y termina a las 08:00, no solo es cuidar los caballos y realizar compra y venta de equinos, además es agricultor y dispone de tiempo a diario para la planificación y actividades del comité ecuestre. Su madre, Fanny Briones, dice que la vida del campo no da para vivir como ricos, sino para lo necesario, pero que se vive feliz si se hace lo que uno ama. “Léster es un hombre trabajador, paciente y responsable, siempre entregado a las tradiciones que aprendió, ama a los caballos desde que era pequeño”, manifiesta.

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Explica que antes los caballos eran para trabajo, pero ahora son más un lujo y para cabalgar. Los caballos cuestan de $ 200 a $ 4 mil, los finos los alimentan con balanceado y forraje y los criollos con pastos, a los que Léster debe darles mantenimiento.

Además, él debe asumir las veces de un veterinario cuando sus animales se enferman en la noche y no puede ir al área urbana para buscar un profesional. Se entristece y recuerda que una vez tuvo que ver morir a un caballo andaluz porque no pudo remediar el cólico que tenía. “Yo aprendí algo cuando hice el servicio militar”, comenta.

Léster vive cerca de la casa de sus padres. Su padre, Segundo, también es aficionado a los caballos y trabaja en el rescate de las tradiciones caballistas. Para animarnos a visitar la hacienda y quedarnos a aprender a montar caballos, dice que su casa la ha construido grande, tiene cuartos disponibles para visitas. Ese mismo espíritu noble y acogedor tienen Léster y su madre.

Léster vive a diario a prisa y con una agenda muy ocupada. Al momento prepara el cronograma de actividades que realizará para celebrar los 61 años de aniversario de cantonización, que se conmemoran el próximo 31 de octubre, con un festejo al estilo de los caballistas.

El 28, 29 y 30 de octubre habrá un evento de rescate de tradiciones y el último día será el rodeo. Esos días se realizarán paseos y juegos de montar caballos y ponerles el aderezo, que es la vestimenta de los animales, expresa.

En su hacienda ha dado clases de montar y vestir caballos sin cobrar. “Han venido hasta de Guayaquil para aprender”, cuenta.

Uno de sus sueños es entrar a Guayaquil en caballo. “Debemos vivir soñando aún en lo imposible, nunca perder la fe ante cualquier situación”, reflexiona. (I)

Dicen de él Es un hombre trabajador, paciente y responsable, siempre entregado a las tradiciones que aprendió, ama a los caballos desde pequeño”.Fanny Briones, Mamá de Léster