Los resultados del referéndum, celebrado en Colombia el domingo 2 de octubre, sin duda nos dejó asombrados a todos. La posibilidad del triunfo del “No” al acuerdo de paz firmado entre el Gobierno de ese país y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) era prácticamente impensable, tanto en lo práctico como en lo conceptual. En el primer ámbito, la profusa campaña gobiernista apoyando el “Sí”, el supuesto desgaste de quienes como Álvaro Uribe promovían el rechazo al acuerdo y la totalidad de encuestas que daban al sí entre el 55 y el 78% de aceptación, no permitía siquiera imaginar lo que efectivamente sucedió en las urnas. En cuanto a lo conceptual, un conflicto que ha desangrado Colombia por más de medio siglo, con masacres, torturas, desapariciones forzadas, desplazamiento de poblaciones enteras, entre otros horrores, de ninguna manera puede merecer forma alguna de apoyo. Sin embargo, sucedió lo menos pensado, este “salto al vacío”, como se calificó por parte de diario El País, de España, a los resultados electorales requiere un análisis más complejo y elaborado.

Una lectura maniquea del momento político colombiano, en el que la aparente disyuntiva radicaba entre guerra o paz, nos hizo perder de vista algunos aspectos subyacentes, que los analistas dejamos de lado, pero que el elector los consideró a la hora de votar. Me refiero, por ejemplo, al nivel de aceptación que tiene Juan Manuel Santos como presidente de Colombia, cuestión no menor, si tenemos en cuenta que un buen porcentaje de electores no vota por la propuesta, sino como una forma de apoyo o rechazo, de quien la convoca.

Esto lo vivimos en carne propia, cuando un desgastado Febres-Cordero convocó a una consulta en 1987, que la perdió no tanto por el contenido de lo consultado, cuanto por la falta de popularidad en ese momento del mandatario.

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Democracias más sólidas como la francesa, por ejemplo, vieron como en 1969 Charles de Gaulle perdía una consulta y se retiraba de la política, pues entendió que no es la propuesta lo que se había rechazado, sino al proponente. Para nadie es desconocido el desgaste de Santos y su gobierno y considero que este factor sin duda influyó en el resultado.

En cuanto a lo propuesto en sí mismo, varios de los puntos del acuerdo firmado entre el Gobierno y las FARC son sin duda cuestionables para una población que si bien está harta del conflicto y reclama por la paz a gritos, no olvida los horrores cometidos por quienes hoy están dispuestos a negociar su desmovilización. Los derechos a verdad, justicia y reparación integral, propios de un régimen de justicia transicional posconflicto, no se consideraron respetados por quienes se sentaron a negociar en La Habana las condiciones del cese de hostilidades. La sensación de impunidad que quedó latente, luego de conocidos los términos del acuerdo, remarcada además por un discurso triunfalista de las FARC, en el que, alias Timochenko declaraba al grupo como vencedor, molestó a la mayoría de electores. Los colombianos están claros en que deben hacerse concesiones para lograr la paz, pero las negociadas en el acuerdo se consideraron inaceptables.

Luego de 52 años de devastar zonas enteras, de realizar masacres en las que no se diferenciaba el niño del adulto, de reclutar menores de edad para la guerra, de traficar con narcóticos a gran escala y en fin, de cometer cuanto delito de lesa humanidad pueda imaginarse, la idea que los gestores de semejantes acciones no pisen siquiera la cárcel, resultó repelente para muchos de los votantes. Paradójicamente, las zonas que más sufrieron afectación por las acciones bélicas de las FARC, fueron las que más fuertemente apoyaron el Sí en la consulta, mientras que los sectores urbanos, en las zonas alejadas del conflicto, volcaron su apoyo por el No.

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Más allá que en Colombia, a diferencia de Ecuador el voto es optativo, se esperaba una participación mucho mayor en un tema de tanta trascendencia.

La credibilidad institucional e incluso del propio Estado, se encuentra en entredicho por un factor como este.

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¿Qué viene ahora? No puede desconocerse, ni retroceder lo avanzado. El haber logrado sentar en una mesa de negociaciones a los actores de un conflicto, es per se un paso enorme. Tiene que articularse un nuevo acuerdo de paz, más creíble y menos permisivo, pero que permita dar fin a un conflicto impresentable, sin “endosos internacionales” de dudosa laya además. No debe echarse a saco roto lo aprendido y debe entenderse que la paz es el único objetivo posible, en este momento de la historia. (O)

 

Un tema adicional y de mucha importancia, es el análisis del enorme abstencionismo que acusó el proceso del 2 de octubre. Tanto como el 67% de quienes componen el padrón electoral colombiano, no acudieron a las urnas.