Pertenezco a la leva de 1937. Cuando cursaba el cuarto año de secundaria, con mis compañeros de la séptima promoción del colegio San José, regentado por los Hermanos de las Escuelas Cristianas, fundados por san Juan Bautista de La Salle, fuimos informados de que teníamos una nueva obligación escolar: asistir a clases de premilitar, las tardes de los días miércoles, que más tarde pasaron a ser dictadas las mañanas de los sábados.

Así que, durante tres años de colegio, puntualmente y debidamente uniformados tuvimos que concurrir al Cuartel Modelo, que entonces compartían las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, para adquirir conocimientos teóricos y prácticos de defensa y lucha personal, movimientos individuales y de conjunto, así como la identificación de armas y su uso, tácticas, etcétera.

Fueron horas compartidas de compañerismo y patriotismo que nos ayudaron a identificar la realidad, las necesidades, la disciplina y el espíritu de cuerpo que se respira en la vida castrense.

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Tuvimos sucesivamente buenos profesores, además de los cabos, sargentos y suboficiales, a oficiales, entonces tenientes de caballería, como Rodrigo Morales y Effendi Maldonado.

Una de las enseñanzas que se me grabó en la memoria y me ha sido útil a lo largo de la vida es una muy simple, aparentemente, pero esencial.

En un campo de batalla o para un acercamiento a otra posición, desde la que nos encontramos, hemos de tener muy claras respuestas a estos interrogantes: ¿A dónde me voy? ¿Por dónde me voy? ¿Cómo me voy? ¿A qué hora me voy? y ¿con quién me voy?

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Varios años después, en 1976, durante el reentrenamiento que hicimos los subtenientes de reserva, del Ejército ecuatoriano, en Los Samanes, antes del ascenso a tenientes de reserva, durante un ejercicio de prueba, en el que salimos indemnes gracias a la pericia de mi compañero de equipo, confirmé la importancia de elegir bien a la persona con la que vamos a ir hacia un objetivo.

Y afirmo que comprobé, porque ya antes y también por consejos familiares había aprendido a escoger, lo mejor posible, a las personas adecuadas para una acción o actividad colectiva.

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Creo que una prueba, de buena selección, en 1979, fue haber sugerido al presidente Jaime Roldós Aguilera que postulara, ante la Cámara Nacional de Representantes, como primero de una terna al doctor Edmundo Durán Díaz, para que fuera elegido ministro fiscal general, cuando el Ministerio Público integraba la Procuraduría General del Estado.

Con él sí podía iniciar el cambio que requería la Fiscalía, independizada de las cortes, luego del periodo de gobiernos militares, que acababa de concluir.

Es importante saber escoger a quien ha de acompañarnos en una importante misión como la de formar y educar una familia, crear o adherirnos a una fraternidad, un gremio, un club, una empresa, un partido político o integrar un binomio presidencial.

¿Es fácil o difícil encontrar con quien sumar y alcanzar las metas?

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¿De dónde provendrá la sabiduría para escoger a las personas adecuadas? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)