Esto es lo que pasa en cada ciclo electoral: los especialistas demandan que los políticos ofrezcan nuevas ideas al país. Luego, si y cuando un candidato realmente propone políticas innovadoras, los medios de información prestan poca atención porque persiguen los escándalos o, con demasiada frecuencia, los aparentan, en cambio. ¿Se acuerdan de la extensa cobertura del mes pasado, cuando Hillary Clinton expuso su ambiciosa agenda para la salud mental? Yo tampoco.

Si vamos al caso, hasta la exigencia de nuevas ideas es altamente cuestionable ya que hay bastantes ideas viejas y buenas que no se han llevado a la práctica. La mayoría de los países avanzados implementaron alguna forma de cobertura sanitaria garantizada hace décadas, si no es que generaciones. ¿Significa esto que deberíamos desestimar el Obamacare como algo que no es la gran cosa porque solo se trató de implementar una agenda vieja y deslucida? Los 20 millones de estadounidenses que consiguieron la cobertura podrían no estar de acuerdo con eso.

No obstante, realmente hay algunas ideas nuevas e interesantes que están surgiendo de una de las campañas y podría sostenerse que nos dicen mucho de cómo gobernaría Clinton.

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Esperen, ¿qué hay del otro lado? ¿Acaso los republicanos no están ofreciendo nuevas ideas? Bueno, supongo que proponer juntar y deportar a once millones de personas cuenta como una idea nueva. Y los republicanos en el Congreso parecen haber superado su tradición de proponer recortes fiscales que reportan la mayoría de los beneficios para los acaudalados. Ahora, en su lugar están proponiendo reducciones fiscales que reporten  todos  los beneficios al uno por ciento. Está bien, de hecho solo 99,6 por ciento, pero ¿quién está contando?

De vuelta a Clinton: gran parte de su agenda política podría caracterizarse como una tercera parte de la gestión de Obama, construyendo sobre las políticas de centroizquierda de los últimos ocho años. Eso apenas si sería un asunto trivial. Por ejemplo, estimaciones independientes indican que con las mejoras que propone a la ley de atención asequible se extendería la cobertura sanitaria a cerca de diez millones más de personas, mientras que la derogación de la ley que propone Donald Trump causaría que unos 20 millones de personas la perdieran.

Además de defender y extender los logros del presidente Barack Obama, no obstante, Clinton está impulsando una agenda distintiva, centrada en torno al apoyo a los padres trabajadores. No se trata de una idea completamente nueva, pero la escala de las propuestas de Clinton rebasa los límites, en comparación con cualquier cosa que se haya hecho antes. Y, como dije, esto nos habla mucho de sus prioridades.

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Un punto de esa agenda implica doce semanas de licencia de familia, con goce de sueldo, para cuidar a los niños recién nacidos, ayudar a parientes enfermos o recuperarse de alguna enfermedad o lesión. Oh, y por si se estaban preguntando, Trump, quien ha ofrecido su propia versión trillada de un plan de licencia por maternidad, mintió descaradamente cuando dijo que su oponente no tenía semejante plan. ¿Les sorprende?

Así es que quienquiera que se queje de que no hay ideas grandes y nuevas en esta campaña, simple-mente no está prestando atención. Una candidata, por lo menos, tiene ideas que significarían un cambio enorme y positivo para millones de familias estadounidenses.

Otro punto todavía más sorprendente implica ayudar en diversas formas a las familias con niños pequeños, en especial por medio del preescolar universal y los desembolsos públicos –subsidios y créditos fiscales– para reducir el costo de la atención infantil (la campaña establece un objetivo de no más del diez por ciento del ingreso).

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Y todo lo que sabemos, tanto sobre los intereses de largo plazo de Clinton como de sus opciones actuales de asesores, indica que ella aprecia los temas centrados en la familia. Me impactó personalmente la opción del equipo de campaña de escoger a Heather Boushey, una destacada experta en temas de equilibrio de la fuerza de trabajo, como principal economista del equipo de transición de Clinton. Eso me habla muchísimo de las prioridades.

Sin embargo, ¿por qué ayudar a los padres que trabajan debería ser tal prioridad? A mí me parece que es un intento por centrarse en los problemas del Estados Unidos real –no el “Estados Unidos real” blanco y rural– de las fantasías de la derecha, sino el Estados Unidos real real, en el que vive la mayoría de nuestros compatriotas. Y ese Estados Unidos es uno en el que los padres que trabajan son la norma, en el que las madres que se quedan en la casa son una minoría distintiva, y en el cual el problema de cómo cuidar a los hijos mientras que se trata de llegar a fin de mes es central en la vida de muchas personas.

Los números son asombrosos: 64 por ciento de las mujeres con hijos menores de seis años están en la fuerza laboral remunerada, en comparación con 39 por ciento en 1975. Sin duda que la mayoría de estas madres trabajadoras laboran por necesidad económica y nosotros, como sociedad, necesitamos encontrar una forma de reconciliar esta realidad con la necesidad de criar bien a nuestros hijos.

Supongo que un purista del libre mercado podría cuestionar por qué necesitamos políticas gubernamentales para ayudar a lidiar con esta nueva realidad. Sin embargo, somos, después de todo, hablando del destino de los niños que, hasta cierto punto, una responsabilidad común. Más aún, la atención infantil se reduce al hecho de que estamos lidiando con personas, no con cosas, no podemos confiar en los mercados que no están regulados para que brinden un resultado decente.

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