El presidente Rafael Correa, en la ciudad de Buenos Aires, el pasado 03-11-2010, con ocasión del desvelamiento del busto de Manuela Sáenz Aispuru, refiriéndose a esta heroína quiteña, afirmaba: “… dicen que no cabía en su tiempo, que era una centella en el combate, que a los usurpadores de la patria los miraba de pies a cabeza, con desprecio. Que tenía la mirada inmensa, tanto que podía vislumbrar otros siglos, otras formas de vida, otro futuro posible para todas, para todos…”.

No cabe duda de que esta acertada descripción recoge la esencia del carácter firme e indomable de Manuelita, mujer de grandes e inquebrantables ideales que estuvo, como la que más, comprometida con la causa libertaria y como una de las primeras feministas de la región. De ahí, precisamente, su reconocimiento como Generala de los Ejércitos Libertarios o Caballeresa del Sol, como lo recordó el primer mandatario en su discurso pronunciado en la plazoleta del parque Mujeres Argentinas, en la capital bonaerense.

Como vemos, la mirada de Manuelita debió ser profunda, cortante e inquisidora y, desde luego, incapaz de mantenerse indiferente a la realidad social, política, económica y cultural en la que debió vivir. Estamos seguros de que la mera sospecha de corrupción, de dobleces ideológicos o de oportunismos desleales, hubiesen provocado, sin disimulos, la inmediata ira y reacción de la libertadora del libertador.

Publicidad

De ahí que llama profundamente la atención que la Asamblea Nacional haya decidido otorgar la condecoración Manuela Sáenz a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien, precisamente, en estos momentos, está siendo imputada, no por la oposición o el macrismo, sino por los propios tribunales de justicia.

Si bien, hasta ahora, ese señalamiento no es una declaratoria de culpabilidad, no obstante, existe un espantoso manto de duda en la opinión pública argentina en torno a los hechos que se investigan y que involucran al kirchnerismo y a sus históricos líderes y lideresas, relacionados con actos de corrupción, tráfico de influencias, lavado de dinero, etcétera.

Por lo mismo, lo adecuado sería posponer cualquier iniciativa de condecoración de la expresidenta Cristina Fernández, más aún si esta se la hace en nombre del país y de la Asamblea Nacional, conforme se menciona, pues de por medio está el pueblo ecuatoriano.

Publicidad

Las coincidencias o aproximaciones en el orden ideológico, las valoraciones personales sobre la gestión cumplida por el funcionario e incluso los lazos de amistad no son argumentos suficientes para rendir honores, desde el Estado a una persona, cuando de por medio existen cuestionamientos a su trabajo en el ámbito de la administración de la respública.

Ciertamente, los verdaderos estadistas no necesitan de condecoraciones para afianzar o limpiar su nombre. El auténtico líder recibe a diario el cariño y reconocimiento de su pueblo, cuyo nombre se inmortaliza al permanecer vigente en la conciencia ciudadana como su referente moral. Tampoco se trata de levantar ídolos con pies de barro que a la menor ventisca se desploman como un castillo de naipes.

Publicidad

Es probable que Manuelita, si pudiese bajarse del pedestal de bronce en el que se encuentra en Buenos Aires, miraría, de pies a cabeza, con desprecio, a más de un kirchnerista.

(O)