Abre la puerta de la casa con una sonrisa, caminando lento y llevando en su mano una marioneta, una jirafa que se mueve con unos hilos y está elaborada con materiales reciclados. A simple vista, sus expresiones y emotividad parecen de una niña.

Es la que lleva en el alma Ana Rosa Bermúdez, docente jubilada de 66 años. Y esa forma de ser le permite llegar al corazón de los niños en las clases de teatro y títeres que da una vez al mes en la etapa La Marina de la urbanización Ciudad Celeste (km 9,5).

Desde hace dos años enseña sobre teatro, a elaborar guiones y hacer títeres que después los usan los niños para presentar en el teatrillo, un espacio de representación en el que se desarrolla la acción de los chicos; se trata de una estructura de hierro de forma cuadrada que lleva en todo su contorno una tela de color rojo; representa el ambiente escénico y además permite que se oculten los titiriteros.

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También enseña a ejecutar teatro de sombras, que consiste en la creación de efectos ópticos. Los niños se colocan detrás de una tela en la que hay dibujos y personifican cada uno de ellos en una historia, y hablando. Ella solo recibe $ 10, que es el costo de algunos materiales que usa para elaborar los títeres.

Enseña porque ama de forma intensa a los niños, la docencia, el teatro y los títeres. Es una artista que prefiere mantenerse en el anonimato. “Es mi todo, me siento feliz porque estoy ayudando a los niños a manejar las emociones, a perder el miedo escénico. Quiero que todos los niños sean felices, esa es mi felicidad”, expresa Ana con entusiasmo, y de inmediato entra a su cuarto a ver una caja.

La abre y muestra una gran cantidad de títeres que tiene guardados allí, en su mayoría hechos con medias recicladas. Y en ese espacio de su casa conserva una variedad de videos y fotos. En algunos videos se la observa a ella, presentando las obras de los niños frente a los padres de familia.

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¿Cómo nació esta vocación? Fue desde su infancia. Se queda callada, está pensativa y luego ríe. Recuerda que siempre le gustó llenar la casa de niños. “Los llevaba a los vecinos a ver televisión. Amo los niños, yo me considero una niña especial”, manifiesta Ana.

Especial porque desde su infancia y hasta la actualidad ha sufrido de dislexia, que es una alteración de la capacidad de leer por la que se confunden o se altera el orden de letras, sílabas o palabras, lo cual en un momento la llevó a pensar que nunca podría estudiar para ser docente. “Yo me acostumbré a chequear lo que hago no una vez sino dos veces. Cuando estoy copiando un número si tengo muchas dudas pregunto al que está al lado si lo hice de forma correcta, porque muchas veces lo invierto y no me doy cuenta del error”, explica.

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En la sala de su casa tiene la bandera de Venezuela, su país, en el que pudo terminar su carrera de Estudios de dificultades del aprendizaje en la Universidad Pedagógica Libertador de Venezuela.

Cuando se graduó, por sus calificaciones fue la mejor alumna de todo el centro de estudios, por lo que recibió de premio la oportunidad para ser docente, y se quedó trabajando durante 32 años.

Allá tuvo su grupo de teatro de niños y fue por eso que hace dos años que llegó al país no pudo evitar vivir aquí sin seguir enseñando.

Vino con su hija Dorthy Ramos. Decidieron vivir aquí a raíz de que ella recibió una amenaza de que la iban a secuestrar. “Además habían recién matado a un familiar por robarle un carro”, añade, y su rostro muestra la nostalgia que tiene.

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Dice que la movió de su país ver tanta inseguridad y por la situación económica; sin embargo, este país se ha vuelto su casa. “Me lleno aquí, me dan y me dejan dar, y me siento bien porque valoran lo que uno hace”, dice sonriendo.

Cuando llegaron, su hija puso en el país una sucursal del servicio que ofrecía la empresa en la que laboraba en Venezuela, de aplicaciones de celulares y material P.O.P. (Point of Purchase) para publicidad. Luego llegaron sus nietos, Santiago y Francisco, dos niños con los que empezó sus clases en La Marina, después también enseñó en La Ría de Ciudad Celeste.

Ana además creó hace dos años una escuela de fútbol, por esta iniciativa recibió una condecoración de los promotores de la urbanización. El centro de formación ahora lo tienen a cargo Ismael e Isaac Avilés, dos jóvenes universitarios que practican el deporte referido. “Creo que los niños deben alimentar no solo el físico, sino también el alma y el espíritu y les ayuda a recrearse”, asegura Ana.

Al momento tiene un proyecto para la utilización del tiempo libre, dirigido a niños y adultos mayores de donde vive, y escribe un libro de la historia de su vida. (I)

Dicen de ella Tiene una condición humana y una sensibilidad especial para los niños. Es única, entiende que su mejor labor es preocuparse por el desarrollo de ellos”.Dorthy Ramos, Hija