Antes de nada quiero agradecer enormemente a mis lectores maravillosos, a esos que me escribieron pidiéndome que no me fuera, que no dejara esta columna. No lo haré, solo que a veces el sarcasmo me ayuda a contener la indignación.

Cuando los hijos se van, echan a andar y levantan el vuelo, uno se da cuenta de todas las cosas insulsas que les dijimos durante su vida, de las palabras que tal vez nunca les servirán, de las normas que probablemente les estorben, o tal vez les abran puertas: ¡Saluda, agradece, pide por favor! No hables con la boca llena, sé amable, no llores, no mientas, come de todo, sé decente...

Cientos, miles, millones de órdenes y sugerencias, de cuidados, de mimos, de consejos que al final del día, cuando les ayudamos a hacer las maletas, a empacar todas sus cosas, parecen superficiales e inservibles. Ya es tarde para volver atrás, para arrepentirse, para desandar lo andado, es el momento en el que simplemente quisiéramos expresar sentimientos, pero las palabras se nos atoran en la garganta, ya son grandes, ya no queda nada por decir. Pero tal vez nunca es tarde para pedirles que no lleven sobrepeso, para hablar claro y manifestar:

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No lleves tristezas, llévate alegrías; deja aquí los miedos, son míos, no tuyos. Viaja ligerito, no cargues dolores. Saca esos mal genios, no sirven de nada. Guarda aquí los llantos, solo empaca risas. Déjame las dudas, envuelve certezas. Pon también recuerdos, uno nunca sabe, te pueden servir a encontrar tu historia. No olvides tus sueños, son muy importantes, aunque sean viejos llévalos contigo. Embala dos alas, ponlas con cuidado, son frágiles, tenues, se pueden dañar y eso de seguro no te pesará y ahora más que nunca las tienes que usar.

Sin embargo, me pregunto si todos los padres sentirán igual, si todos serán tan cursis y sentimentales, si todos vivirán anticipándose a la nostalgia. Miro el mundo y creo que no, que la mayoría de padres deben ser prácticos, que no andarán con pendejadas y sensiblerías. Estoy segura de que cuando muchos políticos, alrededor del mundo, se fueron de la casa de los padres, estos les dijeron: Llevarás la vagancia y el oportunismo, te servirán para bien vivir; cuidado te olvidas la leguleyada para que la uses con tu vestido rosa, solo así serás bien recibido en el círculo. No me cabe duda de que alguna expresidenta le dirá a su hija que ponga en la maleta sus casi seis millones de dólares ahorrados con taaaanto esfuerzo. No te olvides, hijo, de las camisetas, empaca variadas, de muchos equipos, para que te cambies según la situación. Pienso que más de un padre correrá atrás de su joven vástago gritándole desesperado: Papito, te olvidas el maletíiiiin.

No lleves vergüenza, no sirve de nada, seguro te estorba el rato preciso de hacer la sapada.

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Y los peores, me pregunto, aquellos que han perdido hasta la cabeza ¿le recomendarán a su hijo diciéndole embala con tino las armas de fuego, pon la dinamita, llévate el camión, mantenlos guardados, no enseñes a nadie, tú espera tranquilo a que llegue la ocasión? (O)