Una fila de taxis negros se mueven lentamente para recoger pasajeros a unos pocos metros de la Embajada de Ecuador. En el barrio Knightsbridge, la dinámica está marcada por los compradores que salen de Harrods, una exclusiva tienda departamental, a unos pasos de la oficina diplomática.

Por la calle Hans Cres, sobre la que da la ventana desde la que Julian Assange suele dar sus discursos, también desfilan autos Bentley, Ferrari y Aston Martin esperando la salida de quienes pasan la tarde en una cafetería o restaurante en la primera planta de la tienda.

Entre el paso de compradores y la música de quienes se posan a la salida del subterráneo para recibir monedas, hay quienes en silencio se paran frente a la embajada con algún letrero a favor de Assange.

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El domingo pasado Emmy Butlin (46 años) y Tom Flaherty (77) repartieron panfletos y hablaron sobre la detención de Assange. No son parte de ninguna organización, pero dicen sentir la necesidad de expresar su solidaridad.

Butlin, nacida en Grecia y con más de 20 años viviendo en Reino Unido, cuenta que varias personas llegan a los plantones que se dan todos los días. No se citan, se suman de acuerdo con el tiempo disponible. A veces se quedan hasta dos horas. No conocen a Assange, pero dicen que lo más importante es expresar su solidaridad, pues consideran que está detenido por razones políticas y se han violado sus derechos humanos.

Hasta octubre vio que la zona estaba rodeada de policías, ahora no parece haber vigilancia. El año anterior la policía británica retiró los agentes que custodiaban a Assange por considerar que era una medida desproporcionada. Hasta junio del 2015, según la entidad, habían gastado 11,1 millones de libras esterlinas (unos $ 15,6 millones) en mantener ahí a oficiales.

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Butlin remarca que no ver a los uniformados no significa que no estén en la zona, pues cree que pueden trabajar encubiertos. Assange, por su cuenta, ha compartido fotos de vehículos policiales que pueden estacionarse en el área. (I)