María Arias metió sus cuadernos en su mochila, tomó una banana para compartir con su hermano y su hermana y se encaminó hacia su escuela secundaria por calles estrechas y tan violentas que los taxistas no se aventuran por este barrio. Esperaba que al menos uno de sus profesores fuese a clase.

Pero la clase de Arte fue suspendida luego de que el profesor se reportase enfermo. La de Historia había sido cancelada. No hubo clase de Gimnasia porque el profesor fue asesinado a tiros pocos días antes. Por la tarde, el profesor de Español recogió las tareas que había asignado y envió a los chicos a sus casas para acatar un toque de queda impuesto por las pandillas.

La creciente crisis económica y los altos índices de delincuencia que sufre Venezuela están haciendo añicos el otrora respetado sistema educativo del país, privando a estudiantes como María de su única posibilidad de aspirar a una vida mejor. Oficialmente, Venezuela ha cancelado 16 días escolares desde diciembre, incluidas las clases de los viernes, por la crisis energética.

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En realidad, sin embargo, los niños se pierden el 40% de las clases, calcula un grupo de padres, y aproximadamente una tercera parte de los maestros no va a trabajar un día a la semana para hacer fila en los supermercados en busca de comida.

En la escuela de María, tantos alumnos se han desmayado de hambre que los directores les dicen a los padres que los dejen en sus casas si no han comido. Y si bien las escuelas cierran con llave sus puertas, ladrones armados, a menudo adolescentes, ingresan y roban a los alumnos en los recreos.

Venezuela es un país joven. Más de una tercera parte de la población es menor de 15 años y hasta hace poco las escuelas eran de las mejores de Sudamérica. El fallecido presidente Hugo Chávez hizo de la educación una de las piedras fundamentales de su revolución socialista y usó la riqueza derivada de un boom petrolero para capacitar maestros y distribuir computadoras portátiles gratis.

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La profesora Betty Cubillán dice que va a clases lo más que puede, al tiempo que trata de salir adelante con el equivalente a 30 dólares al mes. “Si no hago la cola, no tengo para comer”, afirmó la profesora.

Hasta el 40% de los profesores se ausenta periódicamente para hacer colas para comprar alimentos, según la Federación de Maestros de Venezuela.

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María dice que camino a la escuela ha visto robos, saqueos y linchamientos. Su plantel se parece más a una terminal de autobuses que a un centro educativo: mugrienta, con charcos de orina en las aulas porque no hay agua en los baños.

A los padres de María les preocupan los muchachos, pues Venezuela tiene la tasa de adolescentes embarazadas más alta de América del Sur. El sitio preferido para los encuentros es detrás de una pila de 30.000 libros que no han sido usados en el auditorio. El Gobierno entregó los libros a inicios de año, pero los profesores decidieron que contenían demasiada propaganda socialista y los descartaron. Los materiales que realmente quieren, en Química por ejemplo, no están disponibles.

Los niños no tienen qué comer en sus casas ni en la escuela. Una cuarta parte de ellos no fue a clases este año porque no tenía qué comer, según la Fundación Bengoa.

“Tengo un estudiante que se perdió todo el año”, dijo la profesora de Ciencias, Berli Jaspe. “Lo vamos a aprobar de todos modos. Este chico no tiene la culpa de que el país se desmorone”. (I)

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