Aprendió el negocio de su madre. Tenía 14 años cuando empezó a vender mote en canasto. Recorría a pie mercados, el barrio del Centenario y otros sectores de la ciudad. Trabajaba duro pero siempre con la idea de tener, algún día, un local para ofrecer las delicias de su natal Chimborazo.

Veintiséis años después ese anhelo de Rosa María Tierra Cruz se hizo realidad. Hoy ofrece en las calles Nicolás Segovia (Séptima) 1008 y Capitán Nájera su plato estrella, al que ella llama el chaulafán andino, que además del mote lleva arveja, choclo, haba, melloco, maíz tostado, papa, chancho, maní, huevo duro y salsa.

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“Le bautizamos chaulafán andino porque Riobamba está en la cordillera de los Andes y lo de chaulafán (porque) vino a la mente por la variedad de los granos”, comenta.

La atención ya no la ofrece en los portales, sino en su negocio conocido como El mote de Rosita, el original. Funciona en la planta baja de una vivienda que es de su propiedad, otro de sus sueños cumplidos.

“Me ha ido bien, desde el inicio es difícil, mi plato ha venido a ser un plato típico en este lugar”, señala Rosa al recordar que cuando recorría las calles avanzaba hasta el sector donde hoy está su negocio.

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La oferta del plato va desde los 3, 4 y 5 dólares. También se ofrece servicio al por mayor. Recibe pedidos de instituciones públicas y privadas y ha participado con su chaulafán andino en eventos como las huecas de Guayaquil, que organiza el Municipio porteño.

En el mote de Rosita, el original el cliente puede disfrutar, de acuerdo con su gusto, de una fritada o un hornado con mote, porciones de carne sola y de cuero y piernas hornadas.

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El local se abre desde las 09:30, pero la jornada de Rosa empieza mucho antes. Todos los días se levanta a las 04:00 junto con su esposo, Luis Carrasco, y empiezan a cocinar los granos, preparar el maní casero y a sazonar el chancho, una carne que, destaca, viene seleccionada. “No podemos trabajar con cualquier chancho, los clientes ya saben, aquí hueso no va a encontrar sino pura carne light”, expresa la mujer, de 40 años.

Tierra resalta que este negocio es para ella una bendición de Dios, su vida, su sueño, su todo. Con este trabajo, resalta, ha podido educar a sus tres hijos y dar trabajo a familiares como sus sobrinas Angelita y Ximena, dos jóvenes universitarias que atienden el local.

Asegura que la diferencia de otros negocios, que están alrededor y que ofrecen el mismo producto, es la amabilidad con la que se trata al cliente. “No solo atraemos con el producto, sino con la manera de atender (...), mi anhelo ha sido siempre superar”, afirma Rosa, que vende al día un promedio de 200 a 300 platos. (I)