Ondina Rojas Zambrano abraza con fuerza y sentimiento a su hija, Keyla Nallely, de 5 años. Lo hace repetidamente y expresa con firmeza: “No me importa no tener las cosas materiales; haber perdido casa, haber perdido todo. Andar con un bastón, no me interesa. Me interesa que tengo a mi hija viva y que con ella lo tengo todo. Porque si no hubiera tenido a ella viva, para qué voy a querer vivir, para qué… Es la razón por la que lucho… Por eso, cuando yo estaba enterrada ahí, le pedía, Diosito no me quites los sueños, no me quites a mi compañerita…”.

Aquella compañerita, a quien ahora la llama Valentina, estuvo sepultada junto a ella durante 17 horas bajo las vigas y losas de una vivienda de tres plantas en el centro del cantón Jama, uno de los sectores de mayor afectación por el terremoto de magnitud 7,8 del 16 de abril.

La tarde de aquel día, ambas acudieron a una fiesta en el hotel Sol de Oro. La niña estaba feliz y toda la tarde disfrutó de la piscina. Al caer la noche llegaron al departamento que alquilaban, en el primer piso. Se bañaban juntas y la niña se adelantó en salir de la ducha cuando el terremoto descargó su furia en esta zona, ubicada cerca del epicentro. Al sentir el hamaqueo, Ondina, de 34 años, tomó una toalla, alcanzó a la niña y se lanzó al piso, protegiéndola. La casa se derrumbó. La madre quedó boca abajo, aprisionando a su pequeña y con la pierna derecha aplastada por una viga.

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No había espacio para separarla. En su espalda tenía una losa y escombros; abajo suyo a Keyla, quien respiraba con dificultad y tenía aplastada la pierna izquierda. Ondina se apoyaba en sus codos. Así permanecieron hasta el rescate, al mediodía del domingo 17.

Cada minuto, cada hora, fueron de agonía, de rezos, de darse ánimo entre madre e hija. En Jama, pueblo milenario de casas pequeñas que mira al Pacífico en el norte manabita, más de la mitad de las casas sufrió el embate del sismo. De la mayor parte solo extrajeron cadáveres.

Ondina y su hija gritaban y no las escuchaba nadie. Con el paso de las horas, Keyla pedía agua. “No sabía qué hacer. Encontré a mano un trapo de secar el baño y con una mano agarré ese trapo y empecé a chupar y ese líquido le ponía en la boca de mi niña, pero ella se negaba, me pedía leche chocolatada, cola… Luego comenzó a tomar el agua que le daba. En el transcurso que ella orinaba y yo orinaba, esa agua sabía a orina”.

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La niña le pedía a su madre que no se moviera, porque la aplastaba. “Era una posición difícil. Me decía, Dios, si me vas a matar, mátamela primero a mi hija para yo no tirarme encima de ella y aplastarla”. Por eso, no debía dormir, tampoco. Ondina gritaba, pero de dolor, dice.

El instante más desesperante fue cuando Keyla empezó a delirar, semidormida. Le decía a su mamá que veía a un bebé y no podía tocarlo. Ondina pedía a Dios que no le quite a su hija. Ya libre de esa pesadilla, la mujer admite que su pequeña pudo haber visto a una hermanita mayor que nació prematura y falleció hace tiempo. Por eso luchaba por mantenerla despierta para que no desfalleciera.

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Domingo al amanecer. Madre e hija escuchaban el paso de las motos y no se explicaban por qué su madre, otros familiares o conocidos no iban a buscarlas. A un pariente, alguien le había dicho que ella salió de la casa antes del terremoto. En ese instante de duda llegó un conocido de la familia. Se había parado frente a los escombros y decía: “Aquí se murió la señito y la niña”. Entonces comenzaron a gritar. Él las escuchó y fue por ayuda.

Familiares y residentes se pusieron a escarbar. Llegó incluso una retroexcavadora que empezó a mover las losas, pero Rodríguez se opuso, cuenta la mujer rescatada. Pasaron horas de romper el cemento con combos. Se unieron los bomberos de Quevedo y con máquinas iban abriendo un hoyo. Así, a las 11:00, sacaron a la niña. Ondina no podía moverse por tener su pierna bajo la columna y hasta pidió que, como ya sacaron a su niña, la dejaran morir allí. Una hora más tarde y excavando una especie de túnel debajo de ella la extrajeron.

En una buseta la llevaron hasta el redondel de entrada a Jama y vio que la gente huía de Jama por el temor de que se presente un tsunami, pese a que aquello había sido descartado por las autoridades, la misma noche del terremoto.

A un costado de la vía, cerca de su casa que la tenía alquilada y se cayó, un allegado de Ondina logró que un amigo, Giovanni Puertas, los llevara al hospital de Manta, casi a dos horas de Jama. Allí recibió los primeros auxilios y el lunes salió en avión a Guayaquil, donde estuvo asilada en el hospital Luis Vernaza hasta el viernes 22.

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Ondina, quien fue jefa política de Jama por tres años, hasta el 2014, se enteró después de su rescate que su padre, Héctor, había fallecido por el terremoto. Ella aún tiene dificultades para mover su pierna, que sigue hinchada. Reside, por ahora, en Manta y desde ahí se moviliza a otras ciudades para tratar a su pequeña, que tiene parálisis del ciático politleo de su pierna izquierda, la que tenía aplastada hasta su rescate. Y en todo momento trata de ser fuerte.

“Cuando yo estaba metida en ese hueco, me acordaba de todos los santos, que San Mateo, que San Judas Tadeo, que Divino Niño, de Diosito; ayúdenme y perdónenme...”. Hoy, insiste, la prioridad es su hija. (I)

Ondina Rojas Zambrano
Edad: 34 años.
Exjefa política de Jama.
Temporalmente reside en Manta, pues su casa se derrumbó en Jama.
Petición: Busca trabajo y requiere de una fédula para su hija.
Contacto: 0982968372