“¡Ánimo, país! Hemos tenido fuerte sismo de 6,5 escala Richter frente a las costas de Muisne (info. preliminar) Ya autoridades están en puestos de control evaluando daños y tomando acciones”, escribió a las 20:19, desde su cuenta en la red social Twitter, el presidente Rafael Correa desde el Vaticano, donde se encontraba luego de haber visitado Estados Unidos para promocionar el video turístico Ecuador: The Royal Tour.

El mensaje lo envió hora y veinte después de la catástrofe. El presidente no sabía aún la potencia del terremoto. El dato exacto lo difundió por Facebook a las 20:35 el Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional: el terremoto que sacudió al país tenía magnitud 7,8° en la escala de Richter.

El IGPN forma parte, junto al Inocar, de un plan iniciado hace tres años, por la entonces secretaria de Gestión de Riesgos, María del Pilar Cornejo, para mejorar en el país el monitoreo y alerta temprana de terremotos y tsunamis.

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Las redes sociales, Twitter y Facebook, y la aplicación telefónica WhatsApp, fueron los medios que a esa hora transmitían de a poco mensajes desde Manabí y Esmeraldas, las zonas más afectadas, y daban cuenta de la dimensión y gravedad de la tragedia. El servicio telefónico y la energía eléctrica colapsaron en varias provincias, pero nada oficial se reportó en la televisión local.

Miles vivían la realidad del desastre donde todo casas, vías, puentes se cayeron. El puente Mejía, que une Crucita y Portoviejo, en Manabí, colapsó cuando lo intentaba cruzar Jorge González, jefe del Cuerpo de Bomberos de Portoviejo. “Voy avanzando y me doy cuenta de que un bus estaba metido (entre las grietas); la gente gritaba, pedía que nadie se moviera, porque el bus perdía el equilibrio y caía al río”.

Fue la primera emergencia del terremoto que atendió González antes de unirse a sus compañeros, que a las 19:15 ya iniciaron, con equipos insuficientes, el rescate de los atrapados entre los escombros de un edificio de bazar y eventos. “Era una situación llena de impotencia, de no tener una herramienta sofisticada para poderlo hacer”, afirma González.

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La capital manabita, convertida en “zona cero” del desastre, apenas tiene 120 bomberos rentados, ni el 50% de los 300 que debería tener según las normas internacionales, uno por cada mil habitantes, normativa de necesaria aplicación si se considera que Ecuador, junto a países como Chile o Japón, se encuentra en el llamado Cinturón de Fuego del Pacífico, una zona de permanente fricción de placas tectónicas que ocasiona una intensa actividad sísmica y volcánica.

Sin el personal suficiente, la comunidad se volvió rescatista. No eran bomberos ni miembros del equipo USAR (Búsqueda y Rescate Urbano), pero con palas, picos y combos prestaban ayuda. Habían pasado dos horas del terremoto cuando en cadena de televisión, el vicepresidente Jorge Glas se dirigió al país. “Ecuatorianos, les pedimos que estén muy alertas, con mucha cautela, que guarden la calma en este momento”, dijo al informar la cifra de 28 fallecidos y anunciar el estado de excepción, la movilización de la fuerza pública y la orden para que Finanzas asigne los recursos para la emergencia.

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Con un fallecido más (29) y mencionando que Manta, Pedernales y Portoviejo reportaban edificios de hasta seis pisos con personas atrapadas, la Secretaría de Gestión de Riesgos publicó a las 22:30, tres horas y media después del desastre, su primer informe de situación.

El documento, de cuatro páginas, dedica tres párrafos para las acciones de respuesta: la activación del Comité de Operaciones de Emergencia, que varios hospitales estaban alerta y que se movilizaban 30 ambulancias. “Activadas 50 personas y 25 voluntarios de llamada”.

A las 22:30, cien bomberos de Quito ya tenían una hora de estar listos para movilizarse a Manabí. Pero el avión de las Fuerzas Armadas no llegaba para recogerlos y trasladarlos.

Casi siete horas después, a las 04:00 del domingo, un primer grupo pudo volar a Manta con el equipo mínimo indispensable con el que empezaron los rescates a las 05:00. El equipo que viajaba por tierra –con dos tráileres, diez vehículos de rápida intervención y tres ambulancias– también tuvo que esperar. “Nos dieron la disposición de que estemos a las cinco de la mañana en el peaje de Alóag para ya pasar en caravana con otras instituciones, y así lo hicimos”, contó Eber Arroyo, jefe del Cuerpo de Bomberos de Quito. Sin embargo, recién a las 12:30, el Consejo Provincial de Pichincha habilitó la vía. Los bomberos quiteños llegaron a Manta a las 15:00 del domingo, 20 horas después del desastre.

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Hubo bastante confusión. La división de sectores fue el problema, si hubiera tenido un marcaje, hubiera sido más rápido, no se hizo el triaje”. Cristian Bautista, Bomberos Guayaquil

Desde Guayaquil, 35 bomberos lograron llegar a Manta a las 04:20 del domingo. El escenario no solo era devastación y pedidos de auxilio. La desorganización en los rescates contrastó con el protocolo requerido en terremotos y que incluye como punto de partida el triaje o clasificación de estructuras.

“La división de los sectores fue el problema, si hubiera tenido un marcaje, hubiera sido más rápido”, refiere Cristian Bautista, líder de un grupo de rescatistas de los bomberos de Guayaquil que apoyó a los de Manta, pues carecían de herramientas. El equipo que se necesita para trabajar en un solo sitio debió repartirse en varios, comenta Ángel Moreira, rescatista de los bomberos de Manta, quien dirigió las tareas en el centro comercial Felipe Navarrete, con 150 atrapados.

¿De quién recibían las órdenes? En Portoviejo, “no se encontraba el alcalde, que era nuestro jefe inmediato; en la mañana (del domingo) comenzaron a armar las salas de situación”, dice Jorge González.

Con la luz del día los rescates continuaron. Los bomberos salvaban vidas con lo poco que tenían, mientras se hacía eterna la llegada de relevos. “Podríamos haber armado 15 grupos, pero no teníamos herramienta”, dice el jefe de los bomberos de Manta, Sofonías Rezabala.

A través del informe de situación 19, del lunes a las 11:30, la Secretaría de Gestión de Riesgos, dirigida entonces por el almirante Luis Jaramillo, señalaba que equipos de rescate de nueve países se trasladaban a diferentes puntos de Manabí.

Una situación de impotencia, tuvimos que improvisar con gatas de camiones grandes, levantar losas, abrir espacio y halar a personas”. Jorge González, Bomberos Portoviejo

No obstante, el domingo ya se había empezado a introducir maquinaria pesada en las tareas de rescate. Por ejemplo, una retroexcavadora de oruga y una grúa conseguida por las gestiones de una asambleísta. “Esas máquinas permitieron que sacáramos esas losas e ingresáramos en el interior, se iba alivianando peso”, refiere un rescatista de Manta.

La maquinaria, según el grupo Cascos Blancos de Argentina, no debe entrar antes de las 72 horas. “Si hay una gran cantidad de personas bajo los escombros, las máquinas no se ponen y las remociones de escombros solo se hacen a mano”, dijo Luis Carabelli, rescatista de ese grupo argentino.

Antes de que saliera del cargo hace dos semanas, el ministro Jaramillo, negó el uso de maquinaria pesada: “En ningún momento se intervino con máquinas para la remoción de escombros como se ha difundido de una forma totalmente antiética y totalmente inmoral. El tema de las pocas maquinarias que entraron fueron para limpiar la vía de acceso, no para remover escombros”.

“Las maquinas llegaron primero, ellos llegaron después pero aún había aún la esperanza de sobrevivientes”, relataba a cinco días del terremoto un reportero de la Televisión Nacional de Chile al evaluar las tareas del equipo USAR de los bomberos chilenos durante un recorrido en Pedernales.

En Manta, uno de los 35 bomberos peruanos que llegaron para las labores de rescate gritaba el lunes 18 de abril: “¡Hola, hay alguien ahí, si no pueden hablar hagan ruido!,”, también pedían alcohol, gasa. Eso consta en un reportaje de la televisión peruana a la que un vecino de Manta angustiado dijo: “No queremos que metan máquinas por meter, queremos una mejor evacuación”.

Uno de los 113 sobrevivientes, asegura que escuchó las palas mecánicas que entraban, la mañana del domingo 17, al colapsado hotel El Gato de Portoviejo. “Subía la máquina, arrastraba... Yo gritaba ayúdenme, pero no me escuchaban. El día lunes ya me asusté, la losa se partió, el edificio era de seis pisos, y lloré, lloré y lloré; voy a morir por lo que están removiendo, no por el terremoto. Yo dije: Dios, en tus manos entrego mi alma”, relata. (I)