Con una gran sonrisa y sin parar de hablar, él se acerca a las mesas de sus clientes a contarles parte de su vida y de su gusto por la cocina.

Su personalidad extrovertida y sociable hace que no sea un problema el hecho de no conocer a la persona con la que conversa, para él todos son sus amigos cuando entran a su restaurante.

Se trata de Salvatore Iavarone, un italiano de 66 años que llegó hace 17 años a Ecuador y actualmente reside en la urbanización Bouganville, y que hace 10 años aperturó Positano, uno de los primeros restaurantes del sector, que está en la avenida Principal de Entre Ríos.

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Haciendo gestos con las manos y con sus ojos claros bien abiertos, él cuenta que fue el comercio lo que lo trajo a Ecuador, sin imaginar que el amor lo haría quedarse.

Él viene de una familia dedicada al mercado de flores, muy conocida en Toscana, ciudad en la que vivió por muchos años, a pesar de haber nacido en Nápoles.

Cuenta que desde hace más de 50 años sus parientes se han dedicado a este negocio al punto de convertirse en el principal mercado mayorista de esa región.

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Su afinidad con las flores lo hizo interesarse por la rosa ecuatoriana, a la que él define como única en su especie, por su botón grueso y su contextura en el pétalo.

Es así como Salvatore llegó a Quito, en 1997, cuando tenía 47 años. “Yo vine por negocio, quería exportar la rosa de aquí, no quería quedarme porque al principio no me gustaba el lugar”, dice.

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Para este comerciante innato no fue fácil adaptarse a su nueva vida en Ecuador. El desorden y el ruido, para él que se denomina como un ‘maniático del orden y la limpieza’, lo hacían anhelar volver a su país.

Sin embargo, eso cambió poco a poco con el paso del tiempo, ahora asegura que ve a la ciudad muy cambiada, bonita y limpia, “además la calidez de la gente y su alegría me hacen sentir bien”, dice mezclando en su veloz diálogo palabras en español e tialiano.

Luego de cinco meses dedicado a la exportación de las rosas, surgió el interés de exportar banano, lo que lo trajo a Guayaquil y lo llevó a conocer a su esposa actual, Karina Torres, quien tenía bananeras en Milagro (provincia del Guayas).

“Desde que la vi me enamoré de ella, es muy bella, me gustó mucho su forma de hablar con tanta dulzura, así que no dudé, regresé a Italia, me divorcié de mi primera esposa y regresé a casarme acá”, cuenta este italiano que se describe como una persona impulsiva y arriesgada.

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Ya casado se estableció en Samborondón y continuó con el negocio de las rosas y el banano. “Los comercios cuando ya se los encamina van solos, entonces yo me encontraba con mucho tiempo libre, me aburría, sentía que debía hacer algo, a mí me gusta ser productivo”, dice con entusiasmo.

Así surge la idea de poner un restaurante. “Siempre me ha gustado cocinar, creo que es algo que viene de familia, el hombre italiano tiene que saber cocinar, entonces encontré un espacio disponible y abrí un local”, comenta.

Salvatore comenzó el negocio con dos empleados, uno de ellos, Manuel Martínez, el jefe de cocina, lo acompaña hasta ahora. Comenzó con pizza y pastas, su comida favorita, y con cuatro salsas, basado en su propia receta.

Al principio el lugar era pequeño, solo tenía un mesón largo y cuatro mesas, ahora es más grande, tiene capacidad para unas 50 personas y un área afuera con más mesas. Ahora se dedica de lleno a su restaurante, él es el que atiende personalmente a sus clientes cada fin de semana.

Para este fanático del tenis su debilidad son sus hijas Juliana y Charlotte, las menores. “Como ya fui papá pasados los cuarenta siento que pude disfrutarlas más que a mis hijas mayores de mi primer matrimonio, pude cambiarles los pañales, darles el biberón, cosas que talvez de joven no me interesaban tanto”, confiesa mientras ve fotos de ellas en su celular.

Salvatore disfruta mucho de los viajes en familia, visita con mucha frecuencia a sus parientes en Italia, en especial a sus 4 nietos.

Para él la familia es lo más importante, la expresión de su mirada lo transmite, no solo cuando habla de sus hijas sino también de José Guillermo, hijo de su esposa. “De ser comerciante, me convertí en cocinero por amor”, dice. (I)

Dicen de él Es un hombre bueno al que le gusta trabajar, ser productivo, tanto en la casa como en el trabajo está atento a los detalles, es muy responsable”.Karina Torres, Esposa