Tras quedar embarazada, a los 15 años, Helen abandonó sus estudios. Ahora su bebé tiene seis meses y a más de atenderlo, ella cocina y limpia la casa que comparte con su madre, Cecilia, dos de sus hermanos mayores ¬que trabajan¬ y sus sobrinos.

“Siempre la hija mujer debe aprender a hacer más oficio, hay que enseñarle más porque es una niña mujer pues y tiene que saber sus oficios completos”, asegura Cecilia, convencida de este paradigma, desde su hogar en la Isla Trinitaria, en el sur de Guayaquil.

Helen quiere retomar sus estudios, pero no hay quien cuide a su hija. Su madre dice que empezará a trabajar, por ende no puede hacerse cargo. Helen ha sugerido que su sobrino, de 10 años, la ayude al llegar de la escuela al mediodía, ya que ella prevé estudiar por las tardes.

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Cecilia piensa que “está muy pequeño para estar cuidando tantas horas” y refiere que el niño, tras llegar de clases, “casi no hace nada” en la casa. Así ha sido siempre. En esta familia los hombres no se hacen cargo de las tareas domésticas.

Roberth, hermano mayor de Helen, reconoce que los quehaceres domésticos, en su hogar, recaen sobre sus hermanas: “Eso ya viene desde el tiempo de antes que siempre las mujeres son las que limpian los platos y a los hombres le dejan lo de botar basura”.

Pero él no lo hace porque trabaja, dice. Al retornar de su jornada como guardia de seguridad, se acuesta a dormir. “Me levanto a almorzar y sigo durmiendo”, cuenta Roberth.

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La de Helen no es una realidad aislada. Se solapa y sostiene en el orden patriarcal establecido en sociedades como la ecuatoriana, es decir, un sistema que espera que los varones gobiernen, decidan y ordenen, y que las mujeres acaten, acepten y obedezcan, en palabras de la feminista española Ana María Pérez del Campo.

Esa cultura social y familiar patriarcal naturalizó y sigue naturalizando en Ecuador al trabajo doméstico de niñas y adolescentes, como lo demuestra un reciente estudio de la organización Plan Internacional.

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La investigación presentada el 10 de marzo muestra cómo el trabajo doméstico en el hogar afecta el desarrollo de las niñas y adolescentes ecuatorianas, al menos de las que viven en Manabí, Guayas, Santa Elena, Los Ríos y Loja.

"Las mujeres cuestionan el trabajo doméstico infantil, las niñas también, sin embargo no hemos podido elevarlo a una categoría de reivindicación". Rosana Viteri. Plan Iiternacional

Mediante entrevistas a profundidad a 362 niñas y niños y a 362 madres y padres, el estudio revela que en el país el 99% de niñas y adolescentes entre 5 y 17 años, como Helen, realiza tareas domésticas en sus casas, algo que reproduce estereotipos de género y atenta contra su derecho al ocio, al tiempo libre y a una dedicación más exclusiva a su educación.

“Si no tengo autonomía psíquica, física y económica, difícilmente me puedo enfrentar a ese mundo en condiciones de igualdad”, sostiene Rosana Viteri, presidenta de Plan Internacional Ecuador, quien agrega que el trabajo infantil doméstico es “una cruda realidad invisibilizada”. Ese es el problema, dice, “que no lo vemos, que nos parece demasiado natural y demasiado normal”.

De hecho, la investigación que se desprende de su campaña global Por ser Niña, que busca luchar contra la desigualdad de género y promover los derechos de las niñas, devela que el 100% de las familias entrevistadas no reconoce al doméstico como una forma de trabajo, sino como “una ayuda” que a su vez se piensa que deben proporcionarla las mujeres.

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De ahí que las niñas dediquen un promedio de 19 horas a la semana a las tareas domésticas del hogar con respecto a las 10,2 horas de los niños, una carga horaria que va incrementando con la edad. Así, a los 17 años un niño se mantiene en un promedio de 10 horas semanales, mientras las adolescentes mujeres realizan casi 32.

Son conclusiones del estudio, que también evidenció que en Santa Elena, por ejemplo, el 17% de las niñas trabaja 42 o más horas en tareas domésticas, un promedio de seis diarias. “Resulta difícil imaginarse a qué horas estudian si seis horas están dedicadas a tareas domésticas”, reflexiona Viteri.

Gloria Ardaya, consultora de Plan Internacional, explica que entre las hipótesis que se plantearon para abordar el estudio, se priorizaron tres “mandatos” que han sido naturalizados por el patriarcado y que predisponen a la mujer a tener un rol subordinado en la sociedad.

El primer mandato, señala Ardaya, es que el trabajo doméstico se atribuye a las mujeres “por el simple hecho de ser mujeres”. El segundo, que sobre la maternidad se centra su principal fuente de identidad. “Si no somos madres, no somos mujeres”, refiere con relación a las concepciones que sobre este mandato se tiene socialmente.

"La sociedad tiene que comprometerse en erradicar la cultura patriarcal, que no solo es de la familia, es de las instituciones, es de la calle, la escuela". Gloria Ardaya. Plan Internacional 

El tercero es que las mujeres han nacido para ser protegidas por un hombre, sea el padre, el hermano o la pareja. Los tres mandatos, apunta, inciden en una mujer a lo largo de toda su vida quitándole sus derechos de ciudadanía al no poder ejercerlos como quisiera.

Y la primera escuela donde las mujeres aprenden esos mandatos o jerarquías de género es la familia. Y esos mandatos han generado que la división sexual del trabajo separe al productivo del reproductivo, que la naturalización del trabajo doméstico marque el limitado acceso de las mujeres al mercado laboral asalariado fuera del hogar y que la economía del cuidado recluya a la mujer, al margen de su edad, en un ámbito que la estigmatiza.

“En este país ser mujer todavía no es lo más valorado del mundo y cuando nace una niña... (se dice) qué pena, quizás el próximo va a ser un niño”, ejemplifica Viteri. Por percepciones como estas es que la investigación determinó que el trabajo doméstico infantil en el hogar acarrea consecuencias como la deserción escolar, lo que a su vez repercute en el embarazo adolescente, aunque no de forma directa.

El abandono de los estudios, según la ONG, se da por motivos como las largas distancias entre el hogar y la escuela. Al no poder pagar el transporte público, explica Ardaya, los padres optan por retirar a las niñas, mas no a los niños. Pero sucede por razones como la que la presidenta del Grupo Parlamentario por los Derechos de Niñas, Niños, Adolescentes y Jóvenes de la Asamblea Nacional, Marisol Peñafiel, expuso durante la presentación del estudio.

En su caso, dijo, como el de muchas otras mujeres del sector rural, su madre tuvo que decidir cuáles de sus cuatro hijos iban a estudiar porque el dinero no alcanzaba. “Entonces claro, mi madre, con esa visión patriarcal, con esa visión machista, dijo vos puedes esperar pero tus hermanos tienen que continuar su carrera de estudio...”.

Viteri indica que el estudio evidenció que decisiones como esta eran justificadas mediante argumentos como ‘es que ya mismo se casa’, ‘es que ya mismo se hace de un compromiso’ o ‘es que ya mismo se embaraza, entonces para qué sigo invirtiendo en su educación’.

En la presentación del informe, la ministra de Inclusión Económica y Social, Betty Tola, reconoció la permanencia de esta problemática y dijo que desde el Ministerio se impulsa el programa ‘Escuelas de Familia’, que este año –aseguró– llegará a 200 mil de ellas para transversalizar el tema de la violencia intrafamiliar, de género y el maltrato infantil. Esto, para incidir en el cambio cultural que considera que requiere el país, pero que debe impulsarse mancomunadamente. “Es una tarea que no solo le compete al Estado”, dijo. (I)