Ser mujer. “¿Qué es ser mujer? ¿En qué me ha influido? Nada, no ha influido en nada”, concluía para sí misma la escritora y filósofa francesa Simone de Beauvoir cuando a los 41 años comenzaron sus cavilaciones sobre la condición femenina, sobre “lo que era la mujer en los mitos del hombre” y las razones que había bajo esos mitos. Cavilaciones que se desplegaron en las 1.000 páginas de El segundo sexo, la más destacada de sus obras, la que publicó en 1949 y que en ese entonces y hasta hoy en día se constituye como “la Biblia del feminismo”.

“No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio, entre el macho y el castrado, al que se califica de femenino”, reflexionaba Beauvoir en el primer capítulo de su libro, que generó categóricos rechazos en la sociedad francesa y hasta en la prensa: “Literariamente hemos alcanzado los límites de lo abyecto”, se decía en Le Figaro.

Esto, porque la obra sostenía la tesis de la igualdad de oportunidades y de derechos para el hombre y para la mujer, el derecho de esta a ser considerada “un ser humano en todos los sentidos, exactamente igual que el hombre” y a no ser encerrada en un discurso naturalista en el que por su biología está condicionada a la maternidad. Esa, decía Beauvoir, es una elección. Y quería demostrar que ser mujer no tiene por qué conllevar limitaciones.

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Lo creía y de hecho al final de El segundo sexo expresa que esperaba que su obra llegase a caducar. Tenía la esperanza de que la condición femenina cambiase. Pero 67 años después de publicada, aún no pierde vigencia.

Lo demuestran los más recientes informes de ONU Mujeres y Plan Internacional. Insumos que llegan a 20 años de que en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer 189 gobiernos firmaran la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing como la hoja de ruta para alcanzar la igualdad de género y también en el año en el que la ONU evaluó el cumplimiento de los Objetivos del Milenio, entre ellos, promover la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer.

Un objetivo que de hecho se planteó conmemorar cada 8 de marzo. Es la fecha que en 1975 la ONU proclamó como el Día Internacional de la Mujer para que se comenzara a verlas como seres humanos y no como el sistema patriarcal las ha vendido: frágiles y débiles, refiere Annabelle Arévalo, coordinadora de Atención y Prevención de Violencia del Centro Ecuatoriano de Promoción y Apoyo a la Mujer.

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La feminista y activista por los derechos humanos costarricense Roxana Arroyo lamenta que en lugar de ser una fecha que invite a recordar y reivindicar una memoria histórica que ha cobrado muchas vidas, sea un día en el que se den flores a las mujeres. Y agrega que el problema está en que el 8 de marzo se ha despolitizado y banalizado.

Algo no menos importante si se considera que el maltrato del que esta es víctima es el abuso número uno de los derechos humanos, como ha afirmado el activista por la paz y expresidente de Estados Unidos Jimmy Carter, quien basándose en ese axioma, junto con otros actores, desentraña en el reporte El estado mundial de las niñas 2015 por qué la igualdad entre hombres y mujeres, niñas y niños, “a veces se considera un sueño imposible”.

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En el mundo de hoy, discriminar debido al sexo y género es moralmente indefendible; económica, política y socialmente, imperdonable”.Graça Machel, Plan Internacional

El documento llega tras su primera edición, que en 2007 abordaba cómo “el doble desafío de ser joven y ser mujer” condena a las niñas a enfrentar la discriminación aun antes de nacer, habiéndose dado cerca de 100 millones de feticidios.

También desvelaba cómo sufrían de mayor desnutrición que sus hermanos, tenían más probabilidades de dejar la escuela; que las complicaciones del embarazo eran la causa principal de muerte para las que tenían entre 15 y 19 años, que muchas estaban sujetas al matrimonio precoz y a la ablación y eran particularmente vulnerables al VIH/sida.

A ocho años, esa realidad no ha cambiado, así como tampoco la de las niñas y mujeres en situaciones de crisis. Aunque Plan Internacional destaca como avances notables el acceso a la educación primaria, también muestra cómo en muchos países las niñas son retiradas de la escuela durante los desastres y lo más probable es que no regresen.

Otros datos de los que el reporte se vale para dejar claro lo que según la feminista española Ana María Pérez del Campo responde a un sistema patriarcal en el que la diferencia sexual se presenta como razón suprema, base y fundamento de la discriminación, son que el 90% de países tiene al menos una ley que restringe la igualdad económica de las mujeres o que en otros 15 los esposos pueden objetar por vía legal que sus esposas trabajen.

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Las disparidades se ven en casos como el de América Latina, donde el desempleo juvenil afecta más a las mujeres con el 17,7% frente al 11,4% de los hombres y, a nivel global, en las estadísticas de la pobreza familiar, que impacta en mayor medida en la supervivencia de las niñas que en la de los niños con una tasa de 7,4 muertes por cada 1.000 nacidos en las niñas frente a 1,5 por cada 1.000 nacidos en los niños.

ONU Mujeres, por su parte, tampoco se muestra muy alentadora. El informe ‘El progreso de las mujeres en el mundo 2015-2016: transformar las economías para realizar los derechos’ pone de relieve las esferas en las que los gobiernos no han podido, a la fecha, lograr la plena inclusión de las mujeres e ilustra cómo este desequilibrio puede corregirse por medio de políticas económicas y sociales que incluyan una perspectiva de género.

El texto aplaude que la lucha contra la violencia perpetrada contra mujeres y niñas, que antes se consideraba un asunto privado, ya forme parte de la agenda pública. Y al igual que el de Plan Internacional destaca que el número de niñas escolarizadas ha aumentado, así como el de mujeres que trabajan de forma remunerada y que son elegidas para desempeñar cargos públicos.

Sin embargo, mundialmente, los salarios de las mujeres son 24% inferiores a los de los hombres, pese a que en todas las regiones trabajan más que ellos realizando casi dos veces y media la cantidad de trabajo doméstico y de cuidados no remunerados.

Las brechas, reza el informe, no solo se siguen dando entre mujeres y hombres. La que divide a las mujeres ricas y las pobres sigue siendo amplia. En América Latina, por ejemplo, la tasa de analfabetismo de las mujeres indígenas duplica la de las mujeres que no lo son. (I)