En San Valentín son cotidianas las muestras del amor conyugal entre parejas, pero que los hijos adultos consideren el Día del Amor para retribuir el cariño a sus ya longevas mamás es algo que se observa en el hospicio Corazón de Jesús.

Édison Vítores acompaña a su madre, Hilda Franco, en el centro de cuidados para adultos mayores. Ambos son personas de la tercera edad que comparten la afición de tejer bolsos y alfombras o pasar horas mirando las flores que embellecen los pasillos de la que hoy es su vivienda.

Hilda, manabita de 92 años, oriunda de Jipijapa, vive en la sala Santa Teresa, y Édison, guayaquileño de 69, en la San Vicente. Ella no tuvo más hijos, ni él más hermanos.

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En febrero del 2015, Édison ingresó a Hilda al hospicio Corazón de Jesús ya que la mujer, a su criterio, vivía insegura en una casa mixta en Monte Sinaí, en el noroeste de la ciudad.

Él dice que quiso que su progenitora tuviera las comodidades necesarias para una persona longeva.

Pero Édison al poco tiempo fue admitido en el centro. Durante seis meses no paraba de visitarla todos los días. Y ello influyó en la decisión de aceptarlo en la casa asistencial. Hoy pasan juntos casi todo el día.

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La ingratitud de los hijos hacia sus padres cuando ya ellos son independientes no existe, al parecer, para Édison. Él lo cree así y lo sustenta contando que en agosto pasado, cuando vivía en Monte Sinaí, descartó las propuestas de una iglesia evangélica en Lima, Perú, para establecerse en esa ciudad.

Prefirió quedarse para darle cariño a su amada madre. Comenta que el hospicio, regentado por la Junta de Beneficencia de Guayaquil, le brindó facilidades.

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Hilda asegura que hubo una semana en la que Édison no la visitó y fue cuando sintió dolor maternal en su corazón. “Amanecía pensando y pensando si habrá comido o no, me pasaba llorando... era duro”, confiesa la mujer, quien señala el cielo al agradecer a Dios por tenerlo con ella.

Hilda usa un bastón. Recuerda con exactitud detalles de su vida, como cuando de joven pidió incesantemente tener un hijo varón y hoy “gracias a Dios”, como ella dice, lo tuvo y lo tiene cerca.

Para hoy, ambos auguran pasear por la ciudad como de costumbre y demostrar que ese amor de parejas también se refleja entre familiares. “Este amor maternal va más allá de cualquier cosa”, dice Hilda, y su hijo añade que “no hay palabras” para describirlo. (I)

Qué alegría saber que mi hijo está aquí en el hospicio, todos los días doy gracias a Dios, ya no sé cómo pagarle al Padre, lo que ha hecho no lo hace nadie. Desde que me embaracé les decía a mis padres que quería tener un varón”Hilda Franco, Madre de Édison Vítores