La poeta de Durán esa tarde luce mustia en su balcón. Al frente, junto al malecón, el río corre alegre. Su vida no siempre fue así. Livia Aguilar de Toral nació en Zaruma, pero se afincó en Durán a sus 24 años cuando se casó con Alfredo Toral.

Esa tarde, rodeada por cuadros, retratos y diplomas del Club de Leones, recuerda que a los 14 años llegó a Guayaquil. Se graduó de profesora. Fue maestra en el ingenio San Carlos y en una bananera de Santa Fe donde conoció a su esposo.

Cómo era el malecón, indago. No había malecón –responde¬. Solo una callecita con una cerca con alambre de púas y la lancha en la que llegábamos al muelle 4 de Guayaquil.

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Diez años luego de su llegada, instaló un almacén. ‘Nancy de Durán, donde todo encontrará’, ofrecía la cuña que sonaba en radio Cristal . Todos los que llegaban desde Milagro, Yaguachi y otros poblados hacían sus compras en su almacén.

En 1960 construyó su casa esquinera donde ahora vive acompañada por una empleada y una inmensa soledad que le aconseja que regrese al asilo San José en busca de compañía. Aunque es madre de dos hijos que formaron sus propias familias y heredaron en vida, a los que no desea molestar.

“La vida se me ha vuelto pesada –confiesa¬. Es bastante dura la vejez, la soledad. ¿Qué me hago en esta casota solita?”.

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Su vida no siempre fue así. Desde hace 49 años es parte del Club de Leones de Guayaquil Simón Bolívar. Realizó diversas obras en favor de la comunidad de Durán. Sostuvo la guardería Los Angelitos. Al mando de un grupo de mujeres levantó la fundación José Henríquez.

Durante 14 años en la época navideña entregó 300 canastas a las madres pobres. La gente iba porque ponía un aviso y hasta le tumbaban la puerta, recuerda.

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Siempre le gustó leer poesía, especialmente los versos de la mexicana Rosario Sansores. Todos eran románticos –dice entusiasmada¬. A ella, el romanticismo le florecía.

A los 49 años Livia empezó a escribir. Confesión, uno de sus primeros poemas se lo escribió a su esposo. Aunque dice que casi no puede caminar, que casi no escucha y ha perdido casi toda la visión de uno de sus ojos, es dueña de una excelente memoria porque recita a viva voz sus poemas.

Ha publicado dos libros: Luces de mi atardecer y el año anterior: Proverbios rimados.

Siempre que caminaba por Durán en ciertas paredes leía unos versos en homenaje a Durán. Hasta que mi amigo Fernando Freire me dijo que eran de Livia Aguilar.

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Las paredes de Durán gritan sus versos: “Loor a Durán ferroviario/ Que encadenó las regiones/ Con sus pujantes vagones del ferrocarril milenario…”. (I)

Le diré que Dios me ha iluminado porque no tengo ningún conocimiento literario, pero he sido adicta a aprender. ¿Cuánto nos enseña la vida? Solo se puede aprender viviendo”.