Más de 20 años después de su muerte, el capo de la droga Pablo Escobar es objeto de un verdadero culto en Medellín, pese a "todo el mal que hizo a Colombia".

Bajo los árboles del cementerio de Itagüí, un poco separada del resto, una sepultura de sencillas losas negras sobresale del césped en una colina de la ciudad de la que Escobar hizo su cuartel general a sangre y fuego.

Allí reposa quien fue uno de los hombres más temidos y ricos de Colombia. Tanto, que llegó a proponer al gobierno pagar la deuda externa del país a cambio de su tranquilidad.

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Nacido el 1 de diciembre de 1949, Pablo Emilio Escobar Gaviria fue abatido en 1993 el 2 del mismo mes, y fue enterrado el 3. Cada año, en esos tres días, hay más visitantes que de costumbre en la tumba del barón de la cocaína.

De todas las edades y orígenes, desde Perú hasta Kurdistán, los turistas acuden por curiosidad, pero los vecinos lo hacen con fervor.

"Pablo Escobar era un dios, aunque hizo mucho daño a Colombia. Era un personaje complejo, capaz de amar y odiar con la misma fuerza", dijo en tono muy serio Jorge Londoño, de 28 años, quien vive lejos, en un suburbio pobre de Medellín, y para la ocasión se puso su mejor pantalón, de camuflaje.

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Luz María, una de las hermanas de Escobar, dejó la víspera un ramo de flores sobre la piedra negra donde están grabados el nombre y la fecha de nacimiento y muerte del jefe del cartel de Medellín.

El capo descansa en familia cerca de sus padres, Hermilda y Abel, su hermano menor Luis Fernando, muerto a los 19 años en un accidente de tráfico, su niñera Teresa y su guardaespaldas Álvaro, muerto a su lado con las mismas balas de la policía.

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"Será siempre un personaje querido y recordado. Aunque fuera muy controvertido, ¡era el patrón!", sonríe Verónica Pajón, una estilista de 30 años. Un cura, John Fredy Gil, prefiere explicar su presencia por la convicción de que "el perdón es fundamental para curar las heridas del pasado", mientras las flores se acumulan sobre la tumba que guarda, celosa, los restos de Escobar.

Iván Hernández no irá al camposanto hasta este jueves, aniversario del entierro de su benefactor. En la otra punta de la ciudad, descansa en su mecedora cerca de un inmenso mural en el que se lee "Bienvenidos al barrio Pablo Escobar".

Rodeado de dos imágenes del capo y bajo una estatua del Niño Jesús, el cartel proclama: "Aquí se respira paz".

Este hombre de 66 años es un veterano de este barrio de 260 casas construidas hace 30 años por Escobar para los indigentes del basural de Moravia. Cuando llegaron no había ni agua ni electricidad; hoy, unas 6.600 casitas de colores se extienden entre escaleras de hormigón.

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"Un día, Pablo Escobar nos hizo llamar y nos dijo: 'Este barrio es para que viva la comunidad. Las casas están a nombre de las mujeres para que, si los hombres se van, tengan dónde criar a los niños", cuenta.

Irene Gaviria, de 88 años, es de la vieja guardia y rinde un verdadero culto a quien un día le permitió tener un techo. "Fue muy bueno para nosotros", dice sacando con emoción dos retratos de Escobar de una caja de madera donde conserva algunas fotos de familia.

MEDELLÍN, Colombia. Irene Gaviria muestra fotografías de El Patrón. Foto: AFP

"Tenía otra en la pared, pero me la robaron", agrega en su modesto salón, que usa como taller de costura entre estatuas religiosas.

Muchos turistas llegan al barrio, algunos guiados por "Carrieton", hombre de confianza del capo. "Hago esto porque no podría hacer nada más que continuar con El Patrón", explica, sin dar su verdadero nombre.

El Patrón, sin embargo, no es querido por todos. "Para mí es un símbolo del mal. Mató a muchos", dice Diego Holeunin, de 31 años, aunque la fama "me trae más gente", dice riendo este mecánico que tiene su pequeño taller frente al mural.

Su amigo lo cuestiona: "No puedes hablar así. Escobar ayudaba a la gente que lo necesitaba. A mi mamita le dio el lote donde tenemos nuestra casa".

Juan Felipe Zapata, de 19 años, ni siquiera había nacido cuando cayó el capo. El culto a Pablo Escobar, una especie de Robin Hood sanguinario, parece tener un futuro brillante. (I)