Iban pasando por un cerro de la ciudadela El Paraíso (norte de Guayaquil) cuando se percataron de que allí había aromos, una especie de bonsái. Se bajaron del carro y comenzaron a ayudarse para subir a la elevación, pero no pudieron conseguir ninguna planta porque en el intento se resbalaron y se lastimaron la piel.

Es la anécdota que cuentan Elizabeth Roca de Peñafiel y Yunan Yenchong, amigas y coleccionistas de bonsáis, un árbol que se mantiene siempre pequeño, es decir, entre un promedio de 10 y unos 80 centímetros, no por genética sino por la poda de sus hojas, tronco y raíces, cada cierto tiempo.

Ellas viven en el sector y son parte del Club Bonsái de Guayaquil, que se creó hace 30 años y funciona en la ciudadela Nueva Kennedy, calle 12 Este entre la Calle D y la E, en el norte de Guayaquil. El club está integrado por 30 personas, entre ellas 12 que residen en Samborondón.

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En la sede se reúnen todos los martes para planificar eventos relacionados con exhibiciones y capacitaciones para aprender técnicas de cuidado. La meta del club es difundir el arte del bonsái.

Los coleccionistas de bonsáis aseguran que mantienen esta afición por el amor que le tienen a las plantas desde su niñez, debido a que son terapéuticas. “Nos traen calma, transmiten siempre mucha tranquilidad”, asegura Elizabeth.

Un bonsái puede costar desde $ 20 hasta $ 400, dependiendo la especie. Se pueden sembrar con semilla o de una rama.

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Todas las personas pueden tener bonsáis normales en casa sin gastar mucho dinero, pero quienes quieren aprender el arte del bonsái y exhibir sus plantas con la estética profesional deben invertir tiempo en el cuidado de la planta y preparación, además dinero.

Roberto Serbanescu, maestro bonsaista venezolano, indica que se debe conocer aspectos como las técnicas de poda, formas de siembra, colocación de alambres, fumigación y el tipo de abono que deben aplicar, y capacitarse sobre las macetas que deben usarse para tenerlas bien.

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Aprenden, además, estilos, estética, perspectiva y proporción. Se dan cursos de bonsái que son básicos, intermedios y avanzados.

Las capacitaciones las reciben en sus viviendas o en las instalaciones del club, en ocasiones de expertos de otros países. Y ese proceso de formación es, además, un momento oportuno de integración. “El bonsái es armonía, es para trabajarlo en grupo”, explica Yunan.

Elizabeth y Yunan se conocieron en una charla de capacitación. La pasión de Elizabeth por los bonsáis empezó hace 25 años, Yunan tiene cinco años menos que ella coleccionando bonsáis.

Juntas han vendido bonsáis, la última vez que lo hicieron fue en La Piazza (km 1). Las comercializan cuando tienen “demasiadas” plantas, dice Elizabeth, quien es diseñadora de jardines y asegura que ya perdió la cuenta de sus plantas, pero cree que pueden ser unas 100. En ellas invierte cerca de 100 dólares mensuales, en abono, sustrato (tierra de sembrado) y alambres. Dice que otro costo adicional que deben cubrir es el de las macetas. Las que se usan de forma profesional tienen unos agujeros y solo se importan de China. Deben comprarlas cuando tienen un bonsái nuevo o cuando se les rompe una maceta, cuestan hasta 100 dólares, dependiendo del modelo y tamaño.

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Los bonsáis de Elizabeth están en el jardín de su residencia, estos días lucen rodeadas de unas cuantas luces navideñas que no opacan lo colorido de su verdor, frutas y flores.

Yunan es instructora del Club Bonsái, enseña sobre el arte del  bonsái en los talleres que ofrece la institución a los socios y al público en general.

Tiene unos 80 bonsáis en los que gasta unos $ 100 mensuales en su cuidado y mantenimiento. “Siempre estoy pendiente de mis plantas. El interés por los bonsáis nació después de ver en revistas internacionales estos árboles bonitos, me gustaron. Luego comencé a plantarlos de manera criolla hasta que aprendí en el club”.

Estar pendiente del bienestar de las plantas es “como cuidar un bebé”, en eso coinciden Elizabeth y Yuna, quienes comentan que recorren su jardín durante las mañanas, de lunes a sábado, para mirar que estén bien, que no las esté afectando alguna plaga y además para deleitarse viendo alguna nueva flor.

Cecilia Muñoz es otra aficionada a los bonsáis. Su favorito es un tamarindo que tiene unos 20 años (especie de bonsái) y está junto a otros 30 en su jardín, fue uno de sus primeros. “Te enamoras de la forma que les puedes dar. También te ayudan a olvidar los problemas que tienes, te relaja”, expresa Cecilia.

Ella empezó hace 10 años a interesarse por estas plantas luego de conocer a algunas personas que integran el Club Bonsái de Guayaquil. De ahí también se animó a ser parte del grupo.

Su gusto por coleccionar la ha llevado incluso a esconder en su equipaje nuevas especies de bonsái cada vez que viaja a otro país. “Un olivo lo traje en medio de la ropa. Yo ya había oído que algunas del club se habían traído y yo dije no puedo quedarme atrás”, expresa.

La cantidad de plantas que tiene le generan una inversión de cerca de $ 50 dólares mensuales.

Gilda Arosemena, otra apasionada por los bonsáis, en cambio gasta $ 60 cada mes. Tiene más de 30 plantas, comenzó a coleccionarlas hace 25 años.

Su afición empezó por una amiga que le regaló una planta, de ahí en adelante siempre ha comprado, ella prefiere más las autóctonas.

Obra social
No solo se dedican a los bonsáis para distraerse, también hacen obra social. Yunan comenta que realizan exposiciones para recaudar recursos para ayudar. “Dependiendo del fondo y de las personas que asistan, destinamos para acciones solidarias”. (I)

Para cuidar estas plantas se requiere tener conocimiento. El bonsái ayuda mucho a desestresarse”.Roberto Serabnescu, Maestro bonsaista