Desde que despertó el 14 de agosto, los científicos no le quitan la mirada un segundo y los lugareños viven en vilo: el Cotopaxi, en el centro de Ecuador, pasó a ser el volcán nevado más vigilado de Sudamérica por su potencial destructor.

Un equipo del Instituto Geofísico ecuatoriano, encargado del seguimiento de las amenazas sísmicas y volcánicas, ascendió la semana pasada hasta el último refugio antes del cráter, a casi 5.000 metros de altura, para instalar generadores eólicos de energía que aseguren el suministro si las estaciones de control quedan cubiertas de ceniza.

"Es el volcán más monitoreado de Sudamérica. No podemos descartar ningún escenario", dijo a la AFP su director, Mario Ruiz.

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Sobre un suelo de piedras rojizas, Ruiz señalaba hacia la inmensa llanura que se extiende a los pies del volcán entre prados, lagunas y manadas de caballos salvajes, un paisaje deslumbrante rajado por inmensos surcos profundos, huellas de la última gran erupción de 1877.

Funcionarios del Instituto Geofísico instalan equipos de monitoreo del volcán.

"En los 10 km alrededor del Cotopaxi no hay casi población ni vida, pero existe la posibilidad de que genere flujos piroclásticos -mezcla de gas, ceniza y fragmentos de roca- que pueden derretir el glaciar y formar esas avenidas de lodo y escombros, los lahares, que podrían ramificarse hacia poblaciones a decenas de kilómetros", explicó.

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Una potente erupción es el escenario más improbable, según él. De ocurrir, sin embargo, tendría un efecto devastador en un área en la que viven 325.000 personas, afectando instalaciones estratégicas, como el oleoducto, o sectores como la agricultura o la ganadería.

Pero al Cotopaxi, a solo 45 km de Quito y considerado uno de los más peligrosos del mundo, podría pasarle como al Tungurahua, también en el centro del país, en erupción moderada desde 1999.

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De 5.897 metros de altura y una imponente forma cónica con nieve perpetua en las paredes del cráter, el Cotopaxi es el último en despertar de los cuatro volcanes actualmente activos en Ecuador, una lista que se completa con el Sangay y el Reventador.

Su activación hace tres meses forzó la evacuación preventiva de 400 personas y el cierre de las 33.000 hectáreas del Parque Nacional Cotopaxi que lo rodea.

Además, el presidente Rafael Correa decretó un polémico estado de excepción con censura previa incluida y reservó varios centenares de millones de dólares para una eventual emergencia, en momentos de vacas flacas por la abrupta caída del petróleo.

Siempre pendientes

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Quienes viven en las inmediaciones se han acostumbrado a vivir en estado de alerta amarilla, el segundo en una escala de cuatro, y a contemplarlo, cuando amanece despejado, lanzando grandes columnas de ceniza y gas.

"Vivo con la alegría de tener un volcán maravilloso, pero con el temor de que puede ser devastador", contó a la AFP Roberto Veloz, vecino de la pequeña población de El Pedregal, a 10 km del volcán y dentro de la zona en riesgo.

Las tres provincias afectadas -Cotopaxi, Napo y Pichincha- organizan periódicamente simulacros y divulgan las campañas nacionales de prevención, pero hasta ahora no han dado datos del impacto económico de la activación del volcán, por ejemplo, en el sector turístico o inmobiliario.

Un mapa con los 84 volcanes del Ecuador continental -coloreados según su condición de dormidos, potencialmente activos, activos o en erupción- da la bienvenida a las instalaciones del Instituto Geofísico, en el norte de Quito.

A la sala de datos llega la información en tiempo real de las 60 estaciones de monitoreo instaladas alrededor del Cotopaxi, que es analizada las 24 horas del día por un equipo de 80 expertos.

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"Los procesos volcánicos se desarrollan bajo tierra, no podemos medirlos directamente", apuntó el director Ruiz con la vista fija en un panel con seis pantallas gigantes que reproducen la información recogida in situ por decenas de aparatos, como inclinómetros y cámaras térmicas y de captura de gases.

"Medimos el número e intensidad de sismos, la deformación o la salida de gases (...) Y tratamos de establecer un escenario y cómo puede evolucionar", agregó.

Ruiz, que en sus casi 30 años en el Instituto ha tenido que lidiar con varios gobiernos en épocas de "crisis volcánicas", recordó que en los últimos días la actividad del volcán pasó de moderada a baja.

"Entramos en la etapa de incertidumbre. Nuestra tarea es reforzarnos con más datos para ir reduciéndola", dijo. (I)