Un promedio de 18 personas adictas a las drogas llegaron cada día de septiembre pasado a los centros de salud de la zona 8 (Durán, Guayaquil y Samborondón) en busca de atención. Entre ellas, menores de edad que consumen una droga que denominan hache.

Un sudor frío invade el menudo cuerpo de José David (nombre protegido), de 17 años. La sopa de fideos con queso y papas que había merendado horas antes se convierte en una masa en su garganta que obstruye la respiración en la madrugada de un lunes de septiembre pasado en Monte Sinaí, en el noroeste de Guayaquil, donde vive. Empieza a temblar, pide a gritos un cuchillo para cortarse las muñecas por el dolor que lo embarga en las articulaciones. El insomnio lo lleva a pasar la noche revolcándose en el piso de madera de la casa de caña que habita, luego sobreviene el mareo y el vómito. Un día antes dejó de inhalar hache, una mezcla de heroína con sustancias que pueden incluir veneno para ratas. Sufría por la abstinencia.

Esta reacción en el organismo de un adicto que deja de consumir se explica en el cerebro, un sistema complejo de neuronas interconectadas que regula las funciones básicas del cuerpo y del comportamiento. La droga, en este caso la hache, ha reemplazado un proceso fisiológico: el de producir dopamina, la sustancia química que provoca sensaciones de bienestar, hambre.

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Es un estado que María (nombre protegido), que vive en Durán (Guayas) y consume hache desde hace un año y medio de los 16 que tiene, conoce bien. Para ella, la única forma de paliar el hambre que sentía cuando vivió por seis meses debajo del paso a desnivel de la calle conocida como la entrada de la ocho, en el noroeste de Guayaquil, era inhalando más hache. “Un novio mayor de edad se la llevó cuando tenía quince años. Al rescatarla daba pena, apestaba”, cuenta Verónica, madre de María.

La heroína atrofia la función de producir dopamina, por eso el adicto pierde la capacidad de sentir placer con acciones como comer o tener sexo. El cerebro procesa que, en este caso la heroína, cumple esa función y deja de producirla.

Para mí (la hache) se está yendo de las manos. Hoy ves en cualquier calle de Guayaquil (a gente) consumiendo droga, sin el menor reparo”. Judith Vintimilla, de UCA

Juan, otro adicto a la hache de 17 años de edad, compara su ansiedad por consumirla con la necesidad de tomar agua cuando tiene sed. Desde que empezó a consumir drogas, hace cuatro años, abandonó sus estudios y ahora tiene un bebé de ocho meses con una adolescente de 13. A veces cuida carros pero hace tres años, valiéndose de un arma, robaba en el sector de la terminal terrestre en Guayaquil con un amigo. David, su cuñado y quien lo escucha contarlo, ríe y dice “dile que era de mentira”. “No, era de verdad”, le aclara Juan, indicando que medía unos quince centímetros.

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Judith Vintimilla, jefa de la Unidad de Conductas Adictivas (UCA) del Instituto de Neurociencias de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, afirma que el consumo de hache se ha permeado en los estratos sociales más bajos y que el problema radica en que esta droga genera una mayor adicción que otras como la marihuana: “Estos consumidores de hache desarrollan una dependencia más física que psicológica porque el organismo les exige más de la droga”.

Es una ansiedad que Kely, esposa también adolescente de José David, ha percibido. Aquella madrugada de septiembre afirma que escondió los cuchillos y le suplicaba que se calme, que mire a su bebé de nueve meses. Pero fue en vano. “Auxilio (la hache) se me lleva la vida”, cuenta José David que gritaba.

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Al amanecer fue trasladado al centro de salud de la cooperativa Francisco Jácome, en el noroeste. Los $ 10 que ganó como oficial de un bus urbano se le fueron en el taxi y en las medicinas que –dice– le recetaron.

El ímpetu de dejar la hache terminó quince días después de esa madrugada, tiempo en el que, cuenta, fue tres veces a centros de salud. Kely afirma que han gastado $ 21 en los traslados, en sueros y medicinas: “Nos dicen que necesita psicólogo, que llamemos al call center, pero nunca contestan”, se queja.

Verónica, en cambio, dice que los de un centro de salud público de Durán llegaron a su casa y le ofrecieron un psicólogo para su hija: “Ya tengo que llevarla”. Y Juan asegura que no ha ido a uno porque no tiene paciencia para esperar por un turno.

En Guayas, mayor consumo

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Patricio Zapata, director de Control de la Demanda de Drogas del Consejo Nacional de Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas (Consep), afirma que Guayaquil, Durán y Samborondón en Guayas, provincia que al 2014 albergaba el mayor número de pobres (720.201) del país, concentran el 80% de los casos de consumo de hache registrados en Ecuador.

En junio de 2013, el Consep emitió una tabla para establecer las cantidades máximas consideradas como consumo personal. Desde entonces, el consumo de drogas se ha hecho más público y se evidencia en los articulados del sistema Metrovía de Guayaquil, en las esquinas de los barrios y hasta en las orillas del río Daule, en Nobol (Guayas).

Esta tabla estará vigente hasta que el Ministerio de Salud Pública emita una nueva que regule el consumo personal, según lo dispuesto en la Ley Orgánica de Prevención Integral del Fenómeno Socio Económico de las Drogas aprobada por la Asamblea en octubre pasado. La que sí varió, en septiembre, fue la que regula las cantidades para sancionar el tráfico de drogas establecida en julio de 2014. En los considerandos de esta última resolución se determina que las cantidades establecidas para las sanciones de mínima y mediana escala generaron un aumento del microtráfico en el país.

En el sector Los Tubos, en Durán, perciben ese aumento. Blanca ha perseguido a su hijo Enrique, ambos nombres protegidos, hasta las subidas escabrosas de tierra del cerro Las Cabras, en este cantón, donde los jóvenes van a encontrarse con los microtraficantes que les proveen la hache para la venta.

Enrique se involucró meses atrás en este negocio: “Mis amigos decían que con la tabla (de consumo personal) ya es permitido consumir”, dice. En su caso, se inició en el consumo desde los 14 (ahora tiene 17 años). Su pago era recibir más droga. Cuando quiso salirse, al ver a su madre desesperada entrando a donde ni la Policía ingresa, se ganó una paliza. “No aguantaba ni sentarse porque le dieron en esto”, dice su abuela y señala las caderas.

Blanca ha optado por encadenarlo. Dice que ha buscado ayuda en la Junta de Beneficencia, pero su hijo no logra recuperarse. “El problema es que mi hermana no le da una paliza. Lo encadena y ya al tiempo él le pide que lo deje ir y ella lo suelta”, afirma un tío de Enrique.

Zapata asegura que los primeros indicios de la aparición de esta droga se dieron durante el primer trimestre de 2013 con casos excepcionales (uno por mes). Y que a finales de ese año se empezaron a registrar más en los centros de salud. En ese entonces, recuerda, el Consep hizo un estudio en cerca de 12 colegios de Guayaquil. En todos se registró el consumo de hache.

El problema es que no se conoce de forma certera el compuesto exacto de lo que ingieren estos consumidores, dice José Valdevila, psiquiatra de UCA. Si bien contiene heroína, quienes venden los paquetes, la mezclan con sustancias nocivas para abaratar costos. Un paquete vale entre $ 0,50 y $ 1 y puede contener ketamina (sedante para animales), alquitrán de hulla (compuesto para elaborar pinturas), diltiazem (para el tratamiento de la presión arterial). Todo depende de lo que el traficante decida colocarle. (I)

Consumo personal
Realidades

Reacciones
Consumidores y sus familiares entrevistados por este Diario relacionan la tabla de cantidades mínimas consideradas como consumo personal emitida por el Consep con el uso de drogas de forma más libre y pública. “La gente se alborotó. Empezaron a fumar en la calle”, dice Gabriela, una de los quince hijos de un padre que se ahorcó en septiembre pasado debido a que cinco de sus vástagos, cuatro de ellos menores de edad, consumían hache.

Violencia
Habitantes del barrio Los Tubos, en Durán (Guayas), afirman que los traficantes que expenden drogas en la zona se llevaron, en septiembre pasado, a un estudiante que les debía dinero para pegarle.